Por Juan Sin Credo
“Del monte en la ladera, / por mi mano plantado tengo un huerto”…Así reza este verso de Fray Luis de León, perteneciente a su famosa ‘Oda a la vida retirada’, composición que recoge el tópico horaciano del ‘Beatus Ille’, elogio de la vida campestre, cercana a la naturaleza y alejada de las riquezas y vanidades del mundo que hay en la ciudad. Una naturaleza que muchos de los vecinos de la Gran Vallecas solemos ir a buscar en los alrededores del mítico Cerro Almodóvar.
Escribir sobre la simbología que encierra este Cerro Testigo es entrar en un jardín boscoso, lóbrego y profundo. Cientos de páginas, miles de palabras, multitud de blogs, artículos en prensa, -bien desde una perspectiva ecológica, artística, histórica, incluso paranormal-, informan sobre ese territorio fundacional de la identidad vallecana. No obstante, durante estos días, el Cerro ha saltado de nuevo a la palestra informativa a cuentas de su acondicionamiento como kilómetro cero del cacareado Bosque Metropolitano, con un presupuesto inicial de 2,49 millones de euros. Parece ser que los trabajos a realizar en esta primera fase comenzarán inminentemente y van a consistir en el acondicionamiento del terreno para su conversión en zona verde.
Bien es cierto que el Cerro merece un lavado de cara, un cuidado especial, una necesaria atención. Su aspecto refleja las cicatrices de la erosión de un maltrato sistemático a lo largo de las últimas décadas. En este momento, algunos de sus más arduos defensores se rasgarán las vestiduras, iniciarán el estruendo metálico de un ruido de sables, el engarce crujiente de las bayonetas. Siento ser un intruso, pero, lamentablemente, el Cerro Almodóvar tiene los días contados como espacio silvestre, estrangulado por los desarrollos urbanísticos del entorno. Por este motivo, apenas pretendo dar una pincelada subjetiva en ese lienzo de la panorámica diversa que se construye en nuestra retina desde su atalaya a 726,8 metros de altitud. Insisto en que no quiero generar ninguna polémica que desate una tormenta ideológica, pues bien se sabe que mi propósito nace de una reflexión personal y no científica.
En el recuerdo
Una vida paisajística que se desvanece como la de los dos poetas que nos han abandonado recientemente, José Caballero Bonald y Francisco Brines. Este último, tras haber recibido, una semana antes de su fallecimiento, el Premio Cervantes a una trayectoria encomiable de toda una vida dedicada al cultivo de la poesía. Del primero, podríamos rescatar su obra autobiográfica ‘La novela de la memoria’, presente en todas las bibliotecas de la Gran Vallecas, a excepción de la Luis Martín Santos. En esta biblioteca, por otra parte, destacaríamos ‘Selección propia’, una antología de la mano del propio Francisco Brines, publicada en Cátedra Letras hispánicas. Textos poéticos que trascienden a la vida de sus autores, como un fruto del huerto plantado en la ladera del Cerro Almodóvar, que siempre permanecerá en el recuerdo de todos los vallecanos, incluso después de convertirse en un espacio distinto al actual tras su futura renaturalización.