Por Fátima González, vecina del sector 6
El día comienza cuando suena el despertador a la 6:30 de la mañana. Hoy más que nunca, no apetece salir de la cama porque la casa está súper fría y hay que levantarse para poner la olla de agua a hervir y encender la estufa para calentar el dormitorio donde se van a vestir los niños para acudir a sus respectivos centros de educación. Mi marido se levanta y enciende el generador de gasolina para que las niñas no se vistan a oscuras, que solo me sirve para las bombillas y para televisión. Lo demás está todo desconectado. Ahora toca levantar a los primeros que se van a ir al instituto. Por lo menos se encuentran la casa destemplada, pero no helada. Se asean con el agua que preparé en barreños, no pueden tocar el agua del grifo ya que está congelada. A continuación, se preparan, les hago el desayuno y salen a la parada del transporte escolar con miedo, porque prácticamente no se ve nada. Está todo a oscuras, no reconoces a nadie excepto por la voz. Mientras tanto, me toca despertar a las más pequeñas de la casa, que prácticamente igual se asean, se visten y se preparan para salir a las 8:30 horas a la parada del transporte escolar. En ese momento mi marido apaga el generador de gasolina y yo comienzo mis tareas. La electricidad es básica ya que prácticamente todo funciona con luz (la nevera la tenemos apagada, el agua caliente funciona con termo tampoco funciona, para calentar la casa se utiliza radiadores eléctricos, tampoco funciona la lavadora).
A mí, me toca lavar una cantidad exagerada de ropa ya que son tres niños y estamos en otoño, ya que usamos más ropa que en verano. Me voy a la cocina, hiervo un par de ollas grandes de agua y coloco la ropa en remojo. Yo hiervo el agua ya que estamos en pandemia y hay que intentar desinfectar la ropa. Es muy complicado y ocupa muchas horas, pero lo complicado es que se seque, porque no sé cómo escurrirlo bien para que se seque rápido.
Continúo preparando la comida. Lo complicado es que no tenemos carne o pescado o pollo, ya que no podemos conservarlo y como se sabe aquí no hay supermercados. Vamos tirando de legumbres pasta y poco más, a no ser que salgas y lo compres, pero el salir te supone mínimo una hora. Cocinamos con gas, en eso no hay problema y continuamos con las tareas de casa. No se puede ver la televisión ni puedo pasar la aspiradora. El móvil lo cargamos con la batería del coche. Llegan las 3 y los niños vuelven y su primera pregunta es ¿hay luz? Lo típico en estos 24 días últimos días, no, no hay. Van a comer lo que les preparé e intentan descansar un poco. Sobre las 5 se ponen a estudiar y a hacer deberes. Si mi marido no está, los niños hacen deberes con pequeñas linternas ya que su sitio de estudio no está bien iluminado o si hay muchas nubes no estará la poca luz del sol para que vean bien.
Sobre las 8 enciende mi marido el generador y lo poco que encendemos se agradece (las bombillas para alumbrarnos y la tele para ver lo que ha pasado a lo largo del día, los niños aprovechan y cargan algún móvil que otro). Se me olvidó decir que estamos en pandemia y mi hijo de Cuarto de ESO tiene media semana de clases online y media en casa. Las de casa es casi imposible acceder, porque el portátil no tiene batería.
Continuamos y a las 8 cenamos. Como mucho a las 9 o 9 y media hay que apagar el generador. Volvemos a estar a oscuras. Los niños se meten en la cama con los móviles y con la poca batería que tienen. Empieza a hacer más frio en casa, porque las construcciones no tienen aislamiento. Son casas de ladrillos, pero no están aisladas ni del frío ni del calor.
Así es un día sin luz y hay gente que lo pasa mucho peor, porque se alumbran con linternas o con velas.