Por Adriana Sarriés
Lo dijo Gabriel García Márquez: “La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarla”. Y me identifico con esta frase. A las puertas de las próximas elecciones reparo en algo que ni siquiera había pensado. No se vota igual a los 18 años que a los 25 o 30, ni tampoco a los 40 que a los 50. Ni se vota igual en una u otra circunstancia o realidad del país y de Madrid. Tampoco se vota igual a partir de los 60, 70 o más años.
Me explicaré. La memoria reciente en nosotras las personas mayores es, por lo general, “justita”, por no decir regular o simplemente mala. Sin embargo, esa especie de grabación larga y cargada de detalles que acumula nuestra memoria del pasado más alejado, hace que en cualquier conversación traigamos a colación un trozo de otros tiempos. Es parte de nuestras vivencias y de nuestra biología. Pues bien, esa constatación tan real me ha traído el recuerdo de la ilusión que pusimos en algunas de las primeras votaciones de nuestras vidas, al igual que también las dudas en otras posteriores. La resignación y la apatía es posible que también hicieran su aparición en otras. ¡Ay la memoria, qué cosas nos regala casi sin esfuerzo y cómo nos niega otras! Pensadlo un poco. Es posible que me deis la razón.
Desafíos actuales
No trato de remover nostalgias y mucho menos engañarme con aquello de “eran mejores tiempos”. Ni hablar. Me pongo frente a nuestro país como si se proyectara una larga película. Veo cómo era y cómo ha cambiado. Entonces me pregunto y os pregunto: ¿cambiaríamos el presente por aquel pasado no tan lejano de los años 50 o 60, por ejemplo? Creo que una mayoría diríamos que no (habría de todo, por supuesto). Y de inmediato, seguramente, añadiríamos una serie de problemas grandes y medianos que tenemos pendientes en nuestra sociedad. Desafíos actuales de gran calado. Por ejemplo, el crecimiento de la desigualdad, la vivienda, el empleo, el desmoronamiento de la atención primaria y la salud mental, el cambio climático, la igualdad y más y más asuntos que aquí no caben. Cierto que votar no lo es todo. La democracia ha sido y es compleja, pero las votaciones han marcado muchos cambios políticos y éstos han marcado nuestra sociedad, y la han ido cambiando. Nosotras y vosotros hemos estado en esos cambios con nuestros votos y con más… y podemos descubrir que a este país no se le reconoce respecto del que era cuando éramos niños, adultos y jóvenes.
En estas votaciones, probablemente muchos careceremos de aquellos entusiasmos de otros tiempos. Incluso mucha gente se podrá plantear la abstención por determinados desacuerdos con los políticos y la política, por decepciones, por desgana… El problema es que, siendo una opción legítima, acaba favoreciendo a las corrientes más conservadoras. Es una constatación, pero hay que tenerla en cuenta y ayudar a abrirles la puerta de salida.
Desde el convencimiento
Es importante votar convencidos de que nuestra papeleta le importa al conjunto. Yo al menos, cuando vote, no olvidaré los servicios públicos que se están desmoronando por privatizaciones y negocios más o menos solapados. Tampoco olvidaré a esas personas ancianas de las residencias de Madrid, que en la primera etapa de la pandemia no fueron trasladadas a los hospitales, porque la Consejería de Sanidad lo prohibió, etc…
No quiero hacer un listado de las mejoras del país, de Madrid y de Vallecas y otro listado de sus problemas. Pero yo, para mí, repasaré a doble columna avances y problemas por resolver, para a continuación votar más consciente y más lúcida. ¿Y por qué? Por nosotras las personas mayores, por la infancia y los jóvenes, por los menos jóvenes, por las personas más vulnerables. Por todos y todas. Votaré sin confiar en los milagros, pero sí con cierta dosis de esperanza. Nos vemos en las urnas y en más.