La electricidad es uno de los servicios básicos en nuestra vida cotidiana. A diario la usamos de forma casi constante: la luz, el ordenador, la tele… y un largo etcétera de aparatos que hacen que minuto a minuto nuestra factura vaya subiendo. Y de qué manera: desde la liberalización del mercado, su importe se eleva de forma galopante. Recientemente ADICAE advertía de que a este ritmo pronto estaremos pagando una media de 200 euros por factura. En este escenario, viene muy a cuento recordar que en Vallecas existe una opción distinta, con una larga trayectoria, que demuestra una vez más que cuando los vecinos se organizan pueden conseguir lo que se propongan. Nos referimos a la Cooperativa Eléctrica del Pozo, que hemos visitado este mes.
Años cincuenta. Madrid crece de día en día alimentado por la migración interior, que trae a la capital mano de obra procedente de todos los rincones del país. Muchos de ellos vienen a instalarse en El Pozo del Tío Raimundo, y lo hacen en chabolas, ya que es zona rústica y no se puede edificar. Y claro, necesitan electricidad… “En aquella época quien vendía la luz se llamaba Unión Madrileña —nos cuenta Lola Tostado, gerente de la cooperativa—, y se negaba a dar servicio a los vecinos del Pozo. Primero porque era una barriada que no se sabía cuánto tiempo iba a durar, y segundo porque no se fiaban de que pudiesen cobrar los recibos”. Todos sabemos que en este barrio la gente tiende a organizarse para solucionar juntos los problemas, y eso fue lo que hicieron. “En diciembre de 1956 consiguieron alumbrado público —continúa Lola—, y el 24 de diciembre de 1957 tuvieron luz ya en las viviendas. Durante ese periodo de tiempo, constituyeron la cooperativa —el 12 de julio de 1957—, y además los propios vecinos construyeron un primer transformador”. Cada cual aportaba al proyecto lo que podía: “los que tenían capacidad económica suficiente, ponían dinero para comprar los ladrillos y el cemento, y los que no, ponían su trabajo”.
En 1974 se hace un segundo transformador. El enganche irá aumentando desde los 50 kW iniciales a los 1.890 de los últimos años de las chabolas. Cuando éstas desaparecen, se consigue el reconocimiento de la cooperativa como distribuidora del nuevo barrio. En esa época, a principios de los ochenta, “se construyeron seis centros de transformación, que es con lo que estamos funcionando ahora mismo. En cada centro hay dos transformadores para garantizar siempre el servicio al socio. Ahora mismo tenemos 2.039 asociados, aunque estamos dando luz en 2.427 puntos de suministro, porque evidentemente no todos los vecinos son socios, nadie está obligado”, explica Lola.
Si lo comparamos con el servicio eléctrico que tenemos la mayoría de ciudadanos, ser socio de la cooperativa tiene indudables ventajas: el trato cercano y personalizado, un servicio de atención de 24 horas, y un descuento en su Tarifa de Último Recurso, antes de impuestos, sobre el consumo realizado (no sobre el término de potencia, como en las grandes compañías, que generalmente supone una cantidad mínima): “estamos haciendo un 2,5% sobre el consumo. Esto es una cooperativa de consumidores y usuarios, por lo que el consumidor final es quien se beneficia”. No menos importante es que “el socio tiene una participación directa: las asambleas son totalmente participativas, y aquí está esta casa, que es suya”, apunta Mariano González, presidente del consejo rector. Éste está formado por socios de la cooperativa, que durante cuatro años forman parte del mismo sin retribución alguna. Así, la base de la cooperativa sería la asamblea, que elige al consejo rector, que se reúne una vez al mes y al que la gerente informa de las decisiones que ha tomado y consulta. El trabajo en esta cooperativa, según nos explican Lola y Mariano, es “muy en común, muy horizontal” a todos los niveles, y ambos destacan esta forma de trabajar como una de las claves de su eficacia.
Para ser socio hay que realizar una aportación de 100€ (“una vez en la vida”, apunta Lola) al capital social. Si no nos interesa ser socios, es como en cualquier distribuidora: llevamos nuestra documentación, contratamos la electricidad, y se nos factura con la Tarifa de Último Recurso, eso sí, sin el descuento que obtienen los socios, pero con el mismo trato cercano y personalizado. Esto es importante también en los tiempos que vivimos: si bien la situación del mercado no permite hacer previsiones, sí es cierto que “el problema de la crisis en nuestro barrio es espectacular”, reconoce Lola, que explica que “intentamos dar todas las facilidades posibles para el pago”. “En el consejo rector hemos debatido mucho este tema —añade Mariano—. No somos una ONG, pero si se puede echar una mano a la gente, se le echa…”.
Esto es importante: desde sus inicios, una de los rasgos principales de la cooperativa es su componente social para el barrio. “De hecho hay siempre una partida de las cuentas que dedicamos a obras sociales, el Fondo de Promoción y Educación Cooperativa. Se aprueba en asamblea y se dedica un tanto por ciento a obra social que luego el consejo rector va distribuyendo: aportaciones a colegios, asociación de vecinos… Hay una distribución de la riqueza de la cooperativa que revierte en los propios cooperativistas y en el barrio”.
El asociacionismo, un valorMariano González también destaca el fomento del asociacionismo como un valor dentro de la cooperativa. En ese sentido, siempre se está muy pendiente de todos los ámbitos donde se puede participar y aprovechar sinergias. Participa en un grupo de compras para adquirir la energía junto con otras cooperativas del resto del país; también en una red con otras cooperativas y empresas municipales “orientada a hacer trabajos comunes que nos salgan más rentables, además de participar de todo ese conjunto de cosas que tenemos en común”; en Hispacoop, la federación de cooperativas de consumidores y usuarios; y “lo último que se ha creado es una asociación de cooperativas de consumo del sector eléctrico y empresas. Está planteada para nivel estatal, para formar una asociación fuerte. Siempre el objetivo es reducir costes”, explica. |
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