Por Ignacio Marín (@ij_marin)
Una de las virtudes del ser humano es su capacidad de adaptación, de avanzar en mitad de la tormenta sin sucumbir. Por eso nos embarga el vértigo cuando echamos la mirada atrás y recordamos que hemos pasado 100 días encerrados. Un trimestre. Toda la primavera. Pero las crisis están imbuidas de la mística de la reconstrucción, de la reinvención, de un nuevo comenzar que labramos con los valores que hemos aprendido en la desgracia que siempre muestra con toda la crudeza qué es lo importante y qué secundario.
Estos meses nos han llevado a redescubrir nuestro barrio. Perder de vista el centro y las grandes superficies durante una temporada nos transportó a un comercio más cercano y amable. El comercio de lista de la compra, de quién da la vez y del cuarto y mitad. El comercio de nuestros padres y de nuestra infancia; de galería de alimentación, de llamar al tendero por su nombre. Al fin y al cabo, el comercio que hace barrio y en el que nos necesitamos los unos a los otros.
Más tarde vinieron los paseos y pudimos perdernos por nuestras calles. Porque Vallecas no termina en los bulevares, sino que nos esperan rincones encantadores, casas de ladrillo rojizo, corralas que resisten el embate del tiempo. Un barrio, en definitiva, con una esencia auténtica, con un sabor que corremos el riesgo de perder y con el que estos días hemos tenido la oportunidad de reconciliarnos.
Durante estas semanas tuvieron protagonismo las redes vecinales, que organizaron grupos de apoyo, despensas solidarias e incluso iniciativas culturales a través de las redes sociales. Mientras los barrios privilegiados nos dejaron protestas de escenas grotescas, propias de Berlanga, y que duraron hasta que se abrieron las terrazas, en los lugares con auténticas urgencias, el tejido vecinal ha estado a la altura.
Nuestro hogar
Por otro ello, nuestras calles merecen ser reivindicadas, reinventadas, convertidas en nuestro hogar, en nuestro modo de vida y no en mero lugar de paso. Es el momento porque se espera un futuro más local. Gana peso la teoría de la “ciudad del cuarto de hora” estudiada, por ejemplo, por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, y en la que deberíamos tener nuestro trabajo, servicios esenciales y opciones de ocio básicas a 15 minutos a pie o en bicicleta. Algo difícil cuando hemos de emplear una media de 70 minutos diarios en desplazamientos. Y en un barrio en el que se ha ido destruyendo el tejido empresarial, los servicios y las alternativas de ocio en los últimos años.
Pero hay esperanza. Por ejemplo, esta crisis ha terminado de imponer el teletrabajo. Según un estudio del Banco de España, el 36% de los madrileños podría llevar a cabo su trabajo en remoto. Una cifra nada desdeñable que, además de ayudarnos a conciliar nuestra vida familiar y reducir las emisiones, nos permitiría hacer más vida en nuestro barrio. Sí, hay mucho que regular de una herramienta que puede volverse en contra del trabajador. Pero si reivindicamos sus ventajas podemos tener entre manos un buen aliado para que nuestras calles se llenen de vida como nunca.