Por Pedro Lorenzo
La actriz canaria, Antonia San Juan, da un recital a lo largo de hora y media de lo que es un ‘reality show’, que tanto abunda en las televisiones en España. Muestra un espectáculo patético en el que una invitada es sometida a todo tipo de preguntas absurdas, muchas de ellas con unas respuestas igualmente descorazonadoras. Ejecuta con un gran realismo, dando una imagen diáfana de cómo se produce este tipo de programas que tanta aceptación tienen y que tanto daño hacen a quien se presta.
El entrevistador, un personaje engreído y mediático, desde un piano va a disparando sus preguntas tanto a ella como a vecinos y allegados, sin parar de ridiculizar a su invitada, que, habiendo cobrado por la entrevista, a pesar de su incomodidad, no se puede ausentar y habla de su hija Mary que no está en el plató, pero que es la auténtica protagonista, vilipendiada por la madre, que no es un adalid del intelecto.
Hay mucho sarcasmo e ironía en las respuestas de una excepcional Antonia San Juan, que se mueve por el escenario como pez en el agua con un gracejo natural, mostrándose como una palurda, que es lo que viene a ser, y guarda una actitud desafiante contra el sometimiento del varón dominante, poniendo de manifiesto la desigualdad que todavía, por desgracia, golpea la sociedad.
Destacan, además, las relaciones familiares, donde lo más abundante es la miseria no solo económica sino en cuanto a falta de cariño y diferencias en el trabajo doméstico, o la falta de oportunidades y desigualdad formativa. Todo esto hace que siempre esté en segundo plano la mujer en relación al hombre, y lo refleja muy bien. La San Juan, con todos sus chascarrillos y gracejo ya comentados, hace una función de la que se sale con una sonrisa en la boca, tras pasar hora y media muy a gusto con una gran actriz en estado de gracia, un texto acertado y certero, acompañada por un ‘partener’, Yeyo Vallejo, que queda en la sombra, porque Antonia San Juan le opaca. Es mucha Antonia San Juan. Un acierto.