Por Juan Sin Credo
Pronto se conmemorará el aniversario de la muerte de Pepe-Hillo, figura decisiva para entender el concepto de tauromaquia, tradición tan denostada en la actualidad. Parece ser que fue el propio torero, tal y como cuenta la leyenda, el que eligió al toro que habría de matarlo. En la víspera de la corrida fue a caballo al vallecano arroyo Abroñigal y pidió que le reservaran un toro negro zaino, ‘Barbudo’. “Tío Castuera, ese toro es para mí”, cuentan que dijo Pepe-Hillo al mayoral. El destino ya estaba escrito.
Un destino que se repitió el pasado día 7 de abril, cuando apesebradas huestes enfervorecidas de fanáticos entraron al trapo ante las presuntas provocaciones de la ranciedumbre ultramontana más hedionda. Como esa res brava que andaba pastando por los prados frescos del Abroñigal, inmortalizada por Goya en un óleo de medianas dimensiones, perteneciente a la colección del Marqués de Casa Torres. Del mismo Goya, podemos encontrar en una de sus pinturas negras, extraídas de la Quinta del Sordo, titulada ‘Duelo a garrotazos’, la escena que refleja los brutales usos de carácter rural de aquella época, símbolo de las luchas fratricidas que se enmarcan en el momento político de enfrentamiento que estaba viviendo España en ese instante. Doscientos años después, apenas hemos avanzado.
Los partidarios de ese espectro ideológico radical, que se encuadra dentro de la disección de las emociones frente al impulso de la razón práctica, propugnando, por un lado, la defensa de las costumbres más recalcitrantes y carpetovetónicas y, por el otro, el populismo demagógico del pensamiento único, nos arrastran a una batalla política estéril, que flaco favor hacen a los verdaderos problemas acuciantes de nuestra sociedad. A fecha de hoy, la deuda pública es una bomba de relojería, el número de vacunas inyectadas a la población no supera ni el 10% y los ERTE´s son una balsa a la deriva que zozobra hacia un naufragio estrepitoso. Sin embargo, la preocupación de la opinión pública oscila entre un cartel propagandístico que toca la fibra sensible mediante un planteamiento a todas luces falaz y unas amenazas de muerte refutables de dos cartuchos sin percutir del calibre 7,62 x 51.
Último libro de Juan José Millás
Posiblemente, toda esa visceralidad latente nos lleva a pensar en que no existe ese eslabón perdido en la escala evolutiva y que los neandertales siguen aquí, primitivos y violentos. Paradigma que comencé a cuestionar cuando me saltó la alerta en el móvil de la última obra de Juan José Millás, publicada al alimón con el mediático paleontólogo Juan Luis Arsuaga, reservada en la Biblioteca Municipal del Pozo del Tío Raimundo. La lectura de su desenfadado libro, ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’, desmitifica ese concepto de la extinción frente a la idea, cada vez más en auge, del cruce genético, al igual que le sucedió al imponente Uro, bestia herbívora, cuya herencia sigue presente en varias razas de ganado bovino de España. Algunos de esos ejemplares aún se lidian en todo tipo de plazas rojas con y sin albero.