Por Pedro Lorenzo
Esta brillante comedia, considerada una de las obras maestras del autor irlandés, es un enredo divertido sobre las costumbres de doble fondo de la sociedad de la época. A los tres meses del estreno en 1895, con la obra aún en las salas, Oscar Wilde es denunciado por homosexualidad, lo que le llevaría a la cárcel condenado por “grave indecencia” a dos años de trabajos forzados, apagando así la luz de uno de los intelectuales más brillantes de la segunda mitad del siglo. XIX. A partir de ahí, una ola de conservadurismo asola Europa y nace la prensa amarilla.
Una comedia siempre actual, un intrincado laberinto romántico en el que dos mujeres están enamoradas de un mismo “nombre”, Ernesto, inexistente. Habla del amor, la identidad, la libertad, las falsas apariencias o la hipocresía.
Un montaje moderno, colorista y divertido en clave musical, por lo que Paula Jornet ha sido premiada, al igual que el vestuario de María Armengol. Tiene mucho ritmo y el elenco está más que convincente, encabezado por una Silvia Marsó, que llena el escenario con su presencia, impecable, autoritaria y manipuladora como Lady Bracknell, papel que interpretara en el mismo montaje en el Teatro Español a principios del pasado año otra grande, María Pujalte. Tanto el director como la puesta en escena y el elenco son los mismos, excepto la actriz ya mencionada y la hija, Gwendolen Fairfax, Júlia Molins en esta versión. Enredo fluido y delicioso en el que se dan cita el amor, la hipocresía y la libertad que planea a lo largo de la obra. Una impostura feliz que al final deja de serlo. Atrapa al público durante 100 minutos y éste le devuelve su satisfacción con su largo y agradecido aplauso. Recomendable.