Por Ignacio Marín (@ij_marin)
En los tiempos de nuestros abuelos era el barro la manera de estigmatizar a las clases populares, el modo de señalar a los que procedían de barrios obreros. El abandono del Ayuntamiento provocaba que gran parte de las calles de distritos como el nuestro estuviesen sin asfaltar, convertidas en un auténtico lodazal. Los vecinos trataban de mantener como podían sus zapatos libres de barro, delator de su origen humilde ante ojos ávidos de clasismo, que se tornaban en una mueca de desprecio al verlo.
En la generación de nuestros padres era la droga. Miles de jóvenes, despojados de oportunidades, caían con facilidad en el foso de la heroína, una caída tras la cual era muy difícil levantarse. Vallecas fue señalado como un foco de drogadicción y marginalidad, tanto por políticos como por medios de comunicación. Unas calles, decían, poco recomendables, repletas de vagos y drogadictos que habían decidido su suerte. Unas calles que, en realidad, luchaban exigiendo dignidad y denunciando la desprotección pública.
Hoy, la estigmatización de barrios como Vallecas toma diferentes formas, aunque la desigualdad y el clasismo siguen siendo la nota dominante. La irrupción de la crisis sanitaria ha hecho aflorar las acuciantes diferencias de las que adolece nuestra ciudad, un abismo de dotación de servicios, condiciones laborales y habitacionales.
- “La estigmatización de barrios como Vallecas toma diferentes formas, aunque la desigualdad y el clasismo siguen siendo la nota dominante”
Por si el ambiente no estuviese suficientemente caldeado, hace unas semanas la diputada de Vox, Rocío de Meer, denominó a los barrios populares como “estercoleros multiculturales”. Unas declaraciones realmente infortunadas, ya que no solo hacen gala de un clasismo y un racismo galopante, sino que delatan la ignorancia acerca de unos barrios en los que pretenden arañar algún voto. Si hubieran pisado estas calles alguna vez, sabrían que la multiculturalidad es el orgullo y el origen de unas comunidades construidas a través de la solidaridad.
Este confinamiento selectivo es otro capítulo más en una larga historia de agravios. Cuando fue anunciado, no sentimos sorpresa ni rabia, sino el hastío de décadas de desigualdad e injusticia. Ya sabíamos que la precariedad laboral se extiende por nuestras calles. Que hacemos los trabajos que otros no quieren. Que sufrimos la degradación del transporte público. Que las infraviviendas y el hacinamiento se multiplican. Pero lo que no nos esperábamos es que, tras siete meses de crisis, no se haya hecho absolutamente nada para reforzar el sistema sanitario, el transporte público, la asistencia social o el rastreo de la pandemia en Puente y Villa de Vallecas. Y eso que la Comunidad de Madrid se apresuró en reclamar 1.450 millones de euros del Fondo COVID para paliar precisamente estos problemas.
Los que gestionan esta situación bajo el prisma del clasismo no contaban con el sólido sentimiento de pertenencia, un orgullo de barrio con el que combatir una realidad injusta. Porque nos sentimos orgullosos de todo ese legado de lucha. Porque tenemos mucho que ofrecer y mucho que reivindicar. Porque con esos 1.450 millones no van a poder comprar empatía. Y porque, hoy más que nunca, gritamos “somos de barrio”.