OPINIÓN.
Conocí algunas canciones de Silvio Rodríguez, allá por los años ochenta, mediante una cinta de casete que nos grabó mi tía. Por una cara estaba Serrat y por la otra Silvio. Como mis hermanas y yo conocíamos más a Serrat, le poníamos en primer lugar y luego, si seguíamos oyendo música, escuchábamos a Silvio. Pero… las canciones de Silvio que estaban grabadas en esa cinta eran las del disco Mujeres, entre las que se encuentran temas como Ya no te espero, ¿Dónde pongo lo hallado?, o Te doy una canción (sí, la de “… con mis dos manos, con las mismas de matar”). Ni que decir tiene que la cosa se fue igualando y pasamos a escuchar a Silvio un número similar de veces al que lo hacíamos con Serrat y, sobre todo, pasamos a hacerlo con la misma fruición. Desde entonces, y ya ha llovido, he comprado discos de Silvio (también de Serrat) y me he deleitado escuchando sus canciones, su poesía, con regularidad.
Hace aproximadamente doce años, acudí a ver a Silvio a la fiesta del PCE, cuando todavía se celebraba en la Casa de Campo. Mi hijo tenía como un año, y por primera vez desde su nacimiento íbamos a salir su madre y yo, dejándole con su abuela. Pero el niño se lo debió de oler y se puso malo. Su madre, conocedora de mi devoción por Silvio, se sacrificó y se quedó con él. Recuerdo que pensé que Silvio era el único artista por el que yo saldría de casa esa noche. Del concierto recuerdo que llegó un momento en que cada vez que Silvio acababa una canción, la gente le pedía que cantara Ojalá. A mí me parecía una falta de respeto, porque a pesar de que Ojalá es sublime, pienso que Silvio tiene bastantes canciones que merecen ese calificativo. Pero… reconozco que la gente tenía parte de razón: cuando cantó Ojalá fue glorioso.
El último chute importante que me di de Silvio fue viendo, hace un par de años, el programa Imprescindibles, de La2, que, con toda la razón de ser del mundo, le dedicó un capítulo. En él, además de repasar la esplendorosa trayectoria musical de Silvio, contaban que últimamente se dedicaba a dar conciertos gratuitos por los barrios de La Habana para, en brillantes palabras de un trovador cubano, “llevar a la gente a la puerta de su casa esta cultura tan elevada que Silvio propone”.
Cuando me dijeron que Silvio venía a Vallecas a dar un concierto gratuito, en seguida lo enmarqué en esa iniciativa: pensé que era una extensión de los conciertos que había dado en los barrios de La Habana, cosa que posteriormente confirmó Ismael Serrano. También pensé, cómo no, que era un honor para Vallecas que Silvio la hubiera elegido para “internacionalizar” su altruista iniciativa cultural, pero… que era un honor merecido. Vallecas, mi barrio de siempre, es el barrio obrero de España por antonomasia; Puente de Vallecas fue el único distrito electoral municipal de Madrid en el que el PP no ganó en las elecciones municipales del 2011, el único en el que no pasaron (afortunadamente las elecciones municipales del 2015 fueron otra cosa); es el barrio que tiene un equipo de fútbol en cuyo campo se exhibe sistemáticamente la bandera republicana, la que en su momento quitaron a sangre y fuego; es el barrio que ha sido el caldo de cultivo de la conciencia de clase de gente como Luis Pastor e Ismael Serrano, embajadores ante Silvio del mismo. Todo esto no podía ser ajeno a la elección de Silvio (que demostró su conocimiento de la situación política española dedicándole una acertada canción a J.C. Monedero): si Silvio daba un concierto gratuito en España, era lógico que lo diera en Vallecas.
Parafraseando a Silvio, el día del concierto todo el viento del mundo soplaba en su dirección: desayuné escuchando a Silvio y me pasé el día canturreando sus canciones y haciendo tiempo hasta que llegara la hora. Incluso intenté mentalizarme para que las incomodidades inherentes a ir al concierto no me impidieran disfrutarlo. No hubo caso: a pesar de las cuatro horas que transcurrieron entre que me asenté en las gradas y empezó a cantar Silvio, en cuanto desgranó su primera clásica pensé que todas las molestias habían merecido la pena por escuchar a Silvio cantar, en mi barrio, “… iba matando canallas, con su cañón de futuro oh oh oh”. Por supuesto no quedó ahí la cosa, y sonaron también, entre otras, La era está pariendo un corazón, La maza, El necio, Te doy una canción, Ojalá, Gota de rocío o Soy un hombre feliz.
Cuando a los tres días volví a ver a Carmen, mi compañera, como todavía estábamos flipados con el concierto (nos pasamos el aperitivo, la comida e incluso la siesta escuchando a Silvio), me propuso (me tiene sobrevalorado) que hiciera un escrito de agradecimiento a Silvio en nombre de todos los vallecanos. Entonces, como recordé que cuando comenzó a cantar la gente empezó a protestar porque no se le veía bien (somos vallecanos para bien y para mal), y yo pensé en ese momento gritarle “bienvenido”, pero por pudor no lo hice, aunque no la dije nada acepté el reto. Así pues, aunque también haya aprovechado para hacer un homenaje a Vallecas, que creo que venía a cuento, el propósito de este escrito es agradecer profundamente a Silvio haber elegido Vallecas para dar un concierto gratuito, por el concierto en sí y por lo que tiene de reconocimiento a la idiosincrasia de este barrio y, de paso, darle las gracias por existir, ya que este hecho mejora mucho el mundo en que vivimos.
José Fernández Caballero
Vecino perenne de Vallecas