Por Juan Sin Credo
La madre, la madre tierra. Esa madre vallecana que se extingue, exangüe ante el crecimiento urbanístico desaforado. Muere la madre, muere la tierra y su hijo agoniza enfermo del claxon y del hormigón. Por ese motivo, la Charla Botánica, que se celebró el pasado 22 de mayo, iniciada desde el Pinar de Santa Eugenia e impartida por el especialista Rafael Baudet, es un responso merecido a la tierra madre que cuidaba de sus hijos y que, ahora huérfanos, caminan solitarios hacia el abismo. Un abismo de la naturaleza misma apoyado por SESM, Arriba Madrid, Cerro Almodóvar Verde y la Asociación de Vecinos La Colmena de Santa Eugenia.
Siempre he tenido en mente escribir un artículo sobre Santa Eugenia, esa “ciudad residencial” alfombrada de verde, arquetipo del desarrollismo y de la motorización generalizada de finales de los años 60, según las palabras de Manuel Valenzuela en el fascículo número 40 sobre Madrid en Espasa-Calpe. Poco antes del confinamiento, en una mañana soleada del mes de febrero, mantuve una cita con dos de los miembros más activos de La Colmena, memoria viva de la lucha vecinal de Santa Eugenia desde mediados de la década de los 70, Manuel Martínez y Carrión Chaves.
Durante más de una hora me estuvieron hablando del contraste de la España real y la España oficial de la Transición; de los problemas de transporte, luz y agua que tuvieron que sufrir; del corte de la Autopista de Valencia como medida de presión; y de los hermanos burgaleses, Roberto, Carmelo y Alejando, miembros del Consejo Rector de Pistas y Obras, empresa constructora, mediante el apoyo económico del Banco Rural del Mediterráneo, que fundaron la mancomunidad de propietarios con el nombre de su madre. Un homenaje que, como la mayoría, por no decir todas, han sido, son y serán unas santas. De ahí Santa Eugenia, una santa madre burgalesa. Y de ahí la mayoría de los topónimos de las calles, como la de Virgen de las Viñas, santuario situado en Aranda de Duero.
De esa conversación no solo me quedó un conocimiento más profundo de esta parte de Vallecas de cárcavas, arcillas expansivas y praderas, de una Vallecas de clase trabajadora emergente, del dolor y conmoción en el barrio tras el 11-M. Esta charla amigable me aportó una amistad sincera con Carrión Chaves, un poeta del pueblo que mantiene la llama del conocimiento de una identidad vallecana forjada a golpe de lucha.
Triunfo de la memoria
Un conocimiento que debe ser transmitido, que debe quedar registrado por escrito para el triunfo de la memoria, como la sabiduría de una madre, una sabiduría ancestral, de la tierra, que nunca se debería perder. Carrión Chaves Palomo debe escribir su libro, como lo ha escrito Pepe Molina con su ‘Vallecas en lucha’ o, el reciente, ‘Vallecas. Los años del barro’, de Rodolfo Serrano. Libros que, indiscutiblemente, tendrían que contar con una sección propia en todas las bibliotecas de la Gran Vallecas. Todos los vallecanos esperaremos que germine ese libro como las casi 400 especies, según Rafael Baudet, que conviven alrededor del Pinar de Santa Eugenia. Carrión Chaves, queremos leer tus recuerdos para seguir reivindicando nuestro presente.