ROBERTO BLANCO TOMÁS.
Sergio Moreno nació en Madrid en 1983, donde aún reside con su mujer y sus dos hijos. Trabaja como soldador en una empresa ferroviaria desde hace ya trece años. Eso por el día, porque cuando se hace de noche y la ciudad duerme se dedica a dar forma a relatos y novelas enmarcados principalmente en el género de terror. Muchas de sus historias han sido premiadas en diferentes concursos y ha participado en numerosas antologías, y si tenemos en cuenta que escribir es su gran pasión, se siente muy afortunado por ello.
¿Cómo te dio por escribir?
Siempre me gustó escribir. Recuerdo que lo que más disfrutaba en el colegio eran las clases de lenguaje en las que la profesora nos hacía doblar un folio por la mitad y dibujar algo en una de ellas para escribir una historia en la otra. Algunos de aquellos trabajos aún están guardados en casa de mis padres. Después, ya de adolescente, solía llenar cuadernos con todo aquello que se me pasaba por la cabeza. No eran historias propiamente dichas, sino más bien pensamientos sin hilo, reflexiones e incluso algunas (muy malas) poesías. Dejar salir lo que llevaba en la cabeza siempre me ayudó a sentirme bien, que al final es de lo que se trata en la escritura. Pasaron muchos años hasta que esa afición se convirtió en algo más y desembocó en mis primeras publicaciones, y ahora, a mis casi treinta y tres años, hay muy pocos días en los que no me siente a escribir. Forma parte de mí, de mi rutina. ¿Vocación? No lo sé, supongo que algo debe de haber. No creo que nadie escriba sin necesitarlo.
Acabas de publicar Insomnio, una novela de terror. Cuéntanos brevemente qué cosas has hecho antes…
Antes de Insomnio, en enero de este mismo año, publiqué un libro de relatos titulado Susurros de sótano y desván, pero podría decirse que lo primero que hice de forma más o menos seria (nótese que “serio” no implica “profesional”) fue una novela de aventuras con mucho, pero que mucho homenaje a Terry Pratchett. Se puede conseguir de forma gratuita en Internet, pero no es algo que recomiende a mis potenciales lectores. No creo que quisieran saber más de mí [risas]. Aparte de eso, hay otras dos novelas guardadas en mi disco duro e infinidad de relatos. Incluso un par de guiones para cortometrajes.
¿Cómo surgió la idea de Insomnio?
Insomnio surgió de un sueño. De uno de mi mujer, concretamente, porque yo nunca me acuerdo de los míos. Se levantó una mañana y me dijo que había soñado con una sombra a los pies de nuestra cama. Fue un bonito desayuno [risas]. La idea no surgió en ese momento, no hubo ningún destello en mi cabeza, ni exclamé “¡eureka!”, ni nada por el estilo. Esa imagen se me quedó grabada de forma inconsciente, y cuando me sentaba a escribir solía aparecer sin venir a cuento, así que al final acabé empezando un relato que acababa con una sombra a los pies de un ahorcado. Eso fue lo que dio pie a todo. A raíz de esa escena fui tirando del hilo, sin saber que estaba enredado en una madeja que tardaría un año en deshacer. Aunque era la segunda novela que escribía, la estructura no tenía nada que ver, y volvía atrás una y otra vez para comprobar qué estaba haciendo bien y qué mal. Pero supongo que al final son los lectores los que acabarán decidiendo qué porcentaje de ambas cosas acabaron plasmadas en el libro.
¿Qué va a encontrarse el lector en ella?
Creo que, sobre todo, con la relación que mantienen Gus Y Myriam, el matrimonio protagonista. Quise que los personajes fuesen personas corrientes, y su interacción entre ellos y con los problemas que van encontrándose es un pilar fundamental de la novela. Después, algunas escenas bastante truculentas, una buena banda sonora y un viaje que pondrá en entredicho la frontera entre el mundo onírico y el real. Insomnio no es solo el título de la novela, es un estado casi permanente en algunos de los personajes que aparecen en ella. El trabajo del lector es descubrir qué es lo que lo provoca, y averiguar si hay alguna forma de librarse de él. También hay alguna que otra sorpresa…
¿Qué ha sido lo más complicado a la hora de escribirla?
Que todo acabara encajando en su sitio. No es una novela de muchos personajes, ni excesivamente enrevesada, pero sí que hay multitud de detalles que tienen una explicación si se está atento a la lectura. En ese sentido, lo que más me costó fue que todo quedase natural, que, pese a que sepas que estás ante una ficción, creas que sería posible que algo así pasara.
Vallecas tiene un gran protagonismo en la novela, pues buena parte de su acción tiene lugar aquí. ¿Por qué en Vallecas? ¿Cómo es tu relación con el barrio?
Viví hasta los veinte años en Vallecas, ¿cómo no iba a ser aquí? Fui al colegio Juan Gris y jugaba en los sembrados y la escombrera que hoy son el Ensanche. Toda mi infancia y adolescencia está ligada al barrio. Cuando me puse a escribir la novela, ni siquiera me planteé que se desarrollase en otro lugar. Incluso la casa de Gus y Myriam está muy cerca de la de mis padres, y existe realmente. Cambié el número del portal y otros detalles a petición de los verdaderos dueños, que son buenos amigos míos, por si se diese el caso de que algún curioso tratara de localizarla, pero no creo que se dé el caso [risas]. Mi relación con el barrio sigue siendo plena. Siempre me siento en casa cuando voy, y lo hago muy a menudo, ya que mi hermano y mi madre siguen viviendo allí. Yo creo que puedes irte a vivir a cualquier sitio, pero si has crecido en Vallecas, lo llevas siempre contigo. Pregunta a un vallecano de dónde es: me juego una cerveza a que no te dice “de Madrid” [risas].
Para terminar, ¿quieres enviar algún mensaje especial a nuestros vecinos?
Antes de nada, daros las gracias por esta entrevista y por la oportunidad de ocupar un hueco en el periódico. Vallecas siempre ha apoyado la cultura, y aparecer en estas páginas es un verdadero placer para mí. Y a los que estáis leyendo esto, espero que si os ha picado la curiosidad y os hacéis con la novela, la disfrutéis solo la mitad de lo que yo lo hice al escribirla. Y os aseguro que fue mucho.
Foto: Nowevolution