Por Antonio Osuna
Es costumbre, a final de año, poner vídeos e imágenes de todo lo que aconteció a lo largo del mismo. De los eventos importantes y de las personas célebres que nos han dejado. Por mi parte, 2022 se ha llevado a varias personas de mi familia, pero en este texto, en este comienzo, quiero dedicar mis palabras a los que aún están entre nosotros, a aquellos que permanecen todavía a nuestro lado. Para los que ya no están las palabras no son públicas, sino susurros al viento.
Enero es el primer mes y, claro está, también es el de las promesas que seguramente serán incumplidas antes de que llegue febrero. Es el mes del dejo de fumar, del me apunto al gimnasio, del empiezo a comer mejor, del veré más a los míos y del diré más lo que siento. El mes de las promesas que buscan una excusa para poner un inicio. ¿Acaso no podríamos plantear esas promesas en cualquier momento del año? Yo también me sumo a ellas, pero trataré de alguna manera de hacer que permanezcan vigentes cuando febrero nos alcance.
La imagen que da color a este texto son las manos de mi abuelo y sé que muchos de los ojos que se posen en estas páginas, sentirán un breve hormigueo al contemplarlas. Las manos arrugadas de la vejez nos son familiares a todos, familiares y llenas de amor. Manos erosionadas por el paso del tiempo y del trabajo, pero también manos cargadas de caricias dadas sin esperar nada a cambio, más allá de una visita en muchas ocasiones.
Este 2023 me gustaría empezarlo así, ensanchando la mirilla desde la que observo.
Ojalá que todas estas manos arrugadas que aún permanecen entre nosotros, nos duren mucho tiempo y que puedan seguir escribiendo, año tras año, la nueva fecha. Ojalá el paso del tiempo sea benévolo y nos permita disfrutar lo máximo posible de la compañía de esas manos. Y por favor, si hay una promesa que se haga este mes, que sea esa: no olvidemos a los que permanecen, pues en cualquier momento podrán marchar y estamos empezando el año sabiendo que forman parte de nuestra vida todavía.
Volvamos a esa niñez de querer jugar. Volvamos a esa edad temprana donde los cuentos y las historias nos ilusionaban. Volvamos a escuchar de ellos esas hazañas y aventuras. Puede que en cualquier momento ya no podamos preguntar más ni pedir que nos las cuenten otra vez.
Ojalá pudiera pedirle de nuevo a mi abuelo que me llevase al tiovivo que había al lado del Cine Paris. Pero los tiempos cambian, y ahora tengo el grato recuerdo de esas vueltas mientras él me contemplaba y yo esperaba ansioso volver la semana próxima para subir de nuevo. Recordar es bonito, pero más bonito es recordar en compañía y no solamente lanzar susurros al viento.