Por Ignacio Marín (@ij_marin)
Con esta frase, el Che Guevara reconocía la importancia del altruismo en un mundo atroz, en un mundo manifiesta y tendenciosamente desigual. No tiene nada que ver con la compasión del que entrega limosna, conmovido por la pobreza de sus semejantes. La solidaridad es fruto de un proceso de toma de conciencia y empatía, de entender que el sistema es injusto, es salvaje y está diseñado para que el egoísmo y el individualismo primen sobre todas las cosas. Por eso, la solidaridad sorprende como el sol en un día nublado, como si alguien nos quisiera hacer olvidar que el sol siempre está detrás de nubes negras.
El hecho de que los jóvenes acudieran en masa a ayudar a los damnificados por la tragedia de Valencia también sorprendió. No entiendo por qué, ya que la solidaridad y la rebeldía son un patrimonio habitual de la juventud. Quizá fuese porque saltaron por los aires unos prejuicios implantados a la fuerza con aquello de la generación de cristal, con aquello de que los jóvenes no quieren trabajar. Un estudio asegura que la mayoría de los empresarios no quieren contratar a universitarios nacidos entre 1997 y 2002 por sus “desmesuradas exigencias”. Por fin una generación se planta ante la precariedad, ante unas condiciones miserables y exige ser dueña de su tiempo. Más que de cristal, estos chavales son de acero.
En todo momento de desgracia, no faltan aquellos que tratan de aprovechar la situación para hacer negocio o al menos, para conducir la opinión pública hacia sus planteamientos nefastos. Una rapiña que suele coincidir, precisamente, con la que ha provocado esa desgracia. Es el caso de la manipulación de uno de los lemas de estas semanas, “Solo el pueblo salva al pueblo”, dirigiéndolo hacia la tendencia que sufrimos actualmente de desmantelamiento del Estado y privatización de los servicios y recursos públicos, como estamos padeciendo con nuestra sanidad. Esa frase hace realmente referencia a la construcción de poder popular, a la construcción de una red de seguridad para llegar, precisamente, a donde el Estado no llega por culpa de ese desmantelamiento que ya está en marcha y que sufrimos especialmente en la Comunidad de Madrid.
Parte de esa red de seguridad ha sido el Centro Social La Trinchera de Villa de Vallecas. Recientemente, fue uno de los puntos de recogida de ayuda para Valencia que organizó el PCE en Madrid y que permitió el envío de tres camiones con todo tipo de materiales útiles para la reconstrucción. También hizo acopio de medicinas, ropa y ayuda de todo tipo para los afectados por el huracán Óscar en Cuba. Y hace unos años, durante lo más oscuro de la pandemia, funcionó como despensa solidaria, teniendo una enorme acogida entre nuestro vecindario, tanto a nivel de donaciones como de personas que se acercaron a recibir la ayuda.
Precisamente, la labor de las mujeres que se pusieron al frente de la despensa solidaria en unos momentos de flagrante y documentada omisión por parte de la Comunidad, le valió un reconocimiento espontáneo en forma de cartel con el texto “calle de las mujeres de la despensa” que La Trinchera exhibe orgulloso en su zaguán. Pues bien, algunos que no entienden la ternura de la solidaridad han presentado una queja ante la Junta de distrito. Les molesta recordar que el vecindario es capaz de organizarse, de dar respuesta ante el abandono de la administración. Les molesta esa solidaridad en tiempos de lucrativo egoísmo. Les molesta saber que detrás de las nubes negras siempre luce el sol.