OPINIÓN.
Un pueblo o una clase carece de identidad, y por lo tanto de capacidad de obrar, si no sabe quiénes son sus enemigos. Y esta conciencia colectiva es histórica porque se nutre de la memoria de la lucha de generaciones anteriores, y es concreta porque da cuenta de las relaciones sociales en cada lugar y en cada periodo determinado.
Este axioma fundamental, consustancial a la lucha de clases, es el que se ha borrado de los discursos de las formaciones que se mueven en la órbita de Podemos, incluyendo a IU. Y cuando hablamos de la guerra imperialista como la expresión más brutal de la lucha de clases, el resultado es patético.
Esa identidad de clase y de pueblo es la que permite establecer los vínculos entre los sucesos que las clases dominantes se aprestan a ocultar. Por ejemplo, la relación entre las maniobras militares de la OTAN que se iniciarán el mes que viene, financiadas con nuestros impuestos, y que se desarrollarán en territorio del Estado español y la llamada “crisis de los refugiados”.
Esa conciencia es la que ayuda a comprender que se trata de la misma OTAN que destruyó Libia, el país que tenía el Índice de Desarrollo Humano más elevado de toda África. La misma que financió y pertrechó a los talibanes para derrocar al único presidente de toda la historia de Afganistán que sacó durante un breve periodo a su país de la Edad Media. Los mismos estados miembros que destruyeron a Iraq, el país árabe más desarrollado.
Los mismos jefes y jefas de Gobierno de países de la UE, de cualquier color político, que junto al de EE UU, premio Nobel de la Paz, financian, entrenan y arman a los mismos mercenarios y criminales que simultáneamente califican de terroristas y que dicen perseguir. Y las bombas que dicen lanzar sobre el Estado Islámico o Daesh caen en realidad sobre la resistencia kurda, siria o libanesa. En este infame equipo de gobernantes europeos hay que incluir al gobierno de Syriza-Anel, que durante su corto mandato permitió que Grecia participara en todas las maniobras y misiones organizadas por la OTAN, estrechó la colaboración militar con Israel, puso a disposición de EE UU y la OTAN la isla de Kárpatos para convertirla en una gran base militar para la aviación, votó a favor de la prolongación de las sanciones de la UE contra Rusia, etc.
Porque, precisamente, la consecuencia de esas intervenciones y alianzas militares criminales es la huida desesperada de miles y miles de personas en búsqueda de asilo. En el Mediterráneo se juntan con las que huyen de otras guerras menos renombradas, pero que sistemáticamente son provocadas por las mismas potencias europeas o estadounidenses que saquean sus países, desestabilizan Gobiernos o asesinan presidentes poco colaboradores en la venta a precios de saldo de sus riquezas.
¿Y qué ha pasado con las organizaciones y dirigentes de la izquierda que saben perfectamente todo eso? Yo acuso de complicidad dolosa a quienes no han tenido el valor de enfrentarse a la propaganda de guerra que demoniza sistemáticamente a los gobernantes del país atacado antes de destruirlo. La diana de esta propaganda, el objetivo, somos nosotros, nuestra capacidad para saber quiénes somos como clase, como pueblo, para enfrentar a nuestros enemigos y descubrir que quienes pagan salarios de miseria por jornadas de trabajo interminables son los mismos culpables directos de la muerte de los miles de Aylanes de todo el mundo.
Lo que temen es que comprendamos eso: que millones de trabajadoras y trabajadores de los países miembros de la OTAN entendamos las bases del sistema que mece esta cuna mortal y actuemos en consecuencia. Quizás la imagen más elocuente sea la del que ha sido hasta haces pocos meses secretario general de la OTAN (2009-2014), Anders Fogh Rasmussen, y responsable directo de los ataques a Libia, a Afganistán, a Siria, etc., contratado como consultor del banco estadounidense Goldman Sachs. Sobre todo si sabemos que se trata del mismo banco que tras la destrucción de Libia se apropió de 1.300 millones de dólares del Estado libio y participó, con otros bancos europeos y de EE UU, en el expolio de sus fondos soberanos congelados por las potencias agresoras al comienzo del ataque.
Por ello produce una infinita vergüenza ajena observar cómo la llamada “crisis de los refugiados”, con sus dramáticas imágenes de sufrimiento, ha servido para que se haya desatado una carrera —preñada de electoralismo— para ver quién destina más recursos, para atender a más personas y mostrar mejor su solidaridad. Todo eso mientras los Centros de Internamiento de Emigrantes están repletos, la Policía Municipal va a la caza de los del top-manta, prosiguen los desahucios de los pobres (de cualquier nacionalidad), etc.
Y sobre todo, lo hacen ahora, después de que sus organizaciones permanecieran calladas e inactivas mientras se aniquilaban los países de los que proceden las personas refugiadas. Algunas de ellas, con sus intelectuales orgánicos, no solo asistían impasibles al desmoronamiento del potente movimiento contra la guerra surgido ante la invasión de Iraq, sino que apoyaban directamente a los “rebeldes” pertrechados por la OTAN. Prestaban así un —¿impagable?— apoyo a uno de los objetivos fundamentales del poder, identificado perfectamente desde la creación de la OTAN en 1949: neutralizar al enemigo interno.
Porque, ¿cómo debemos calificar a dirigentes que miraron para otro lado mientras la OTAN, la UE, EE UU y sus mercenarios locales devastaban los países de los que proceden los refugiados —o incluso justificaron los ataques imperialistas desde posiciones de supuesta izquierda— y que ahora se desgarran las vestiduras ante las imágenes terribles de su dolor?
Atahualpa Yupanqui, en un poema memorable, decía: “¿Que dios ayuda a los pobres? Tal vez sí o tal vez no; lo que es seguro es que almuerza en la mesa del patrón”. Quizás sus palabras fuertes y su “humanitarismo” ocupen las pantallas y los titulares de los medios de comunicación porque cumplen la valiosísima función de impedir que la inmensa mayoría comprenda las causas e identifique con nombres y apellidos a los criminales y a sus cómplices.
Porque, precisamente, comprender las raíces y las dimensiones de la guerra global en la que estamos inmersos es la condición indispensable para ser capaces de responder eficazmente a la barbarie como clase y como pueblos.
Ángeles Maestro
Foto: Yannis Behrakis / REUTERS