Por Ignacio Marín @ij_marin
Charo no lo hacía por ella, lo suyo ya no tenía arreglo, lo hacía para que no le ocurriera a nadie más. Para que nadie pasara por lo mismo. A la notificación de la subida le sucedió un calvario de amenazas, denuncias, cortes de suministro… Y finalmente, el lanzamiento.
Tenía una extraña mezcla de sentimientos. Alivio, por muy increíble que parezca, porque todo aquel infierno había terminado, aunque hubiese sido con una patada en la puerta y con sus cosas volando escaleras abajo. Culpa, por no haber sido capaz de hacer frente a un alquiler que duplicó su precio de la noche a la mañana. Y vergüenza, claro, por andar siempre de prestado en casas ajenas. Una de nuestras derrotas más duras es que los que nos echan a la calle no sientan nada, mientras que nosotros carguemos además con culpa y vergüenza. La empatía va por barrios.
Charo, por tanto, había ido a la manifestación, no por ella, sino por los demás. Especialmente por los más jóvenes, aquellos que tienen que destinar, en el mejor de los casos, la mitad de sus sueldos para pagar un alquiler, provocando, además, que demoren su emancipación hasta más allá de los 30 años o que se vean obligados a compartir piso.
¿Quién es capaz ya de creerse la patraña de que el mercado de la vivienda se autorregula? Nuestros barrios son buenos ejemplos del impacto del sálvese quien pueda en términos habitacionales. Los comercios de siempre son sustituidos por viviendas ubicadas en locales gracias a esa legislación que solo beneficia a quien más tiene, mientras que el precio del alquiler ha subido el 10% en el último año y más de un 80% en la última década. ¿No decía el mantra que, a mayor oferta, cae el precio? Lo único que cae es la calidad de vida de la clase trabajadora, mientras que los que han hecho posible que una mercería se convierta en vivienda, bloquean la designación de zonas tensionadas de alquiler que exigía la insuficiente Ley de Vivienda estatal.
Sin medidas valientes no se solucionará un problema que ya es estructural. Es necesario regular y limitar el precio del alquiler, sin excepciones ni excusas. Fijar un porcentaje de los ingresos de las personas y unidades de convivencia para acotar el coste de la vivienda sobre el conjunto del salario. Apostar por la rehabilitación de las viviendas existentes en vez de grandes operaciones especuladoras. Tenemos ejemplos cerca: Valdecarros, Los Berrocales, Los Ahijones, El Cañaveral o Los Cerros, que no responden a ninguna lógica urbanística ni ecológica. Expropiar a los grandes tenedores y los inmuebles procedentes de la reestructuración bancaria, además de negociar con los propietarios de viviendas vacías su puesta en alquiler social. Imponer límites al alquiler ocasional o vacacional. En definitiva, intervención decidida en una realidad que tanto dolor y precariedad está generando.
Charo asistió a la manifestación por la vivienda y volvió con esperanza a casa. Bueno, a casa no, porque se la quitaron, al sofá donde una amiga le deja dormir. Esperanza al ver a los jóvenes luchar como en sus tiempos, esperanza al ver que ha generado debate, esperanza porque la calle se ha escuchado más fuerte que el odio y el desprecio habituales de nuestra presidenta y de nuestro alcalde. Charo sonríe bajo la manta de felpa y sobre los cojines usados como almohada. Hay esperanza.