Por Ignacio Marín (@ij_marin)
No es ningún secreto que el objetivo de los responsables políticos de nuestra ciudad y de nuestra comunidad es segregar, aún más, las calles. Una intención nada disimulada que subyace en cada declaración, en cada medida. Esos discursos, esas miradas, están cargadas de aporofobia, de arrogancia, de complejos acallados. Frustraciones que hemos de sufrir los vecinos que orgullosos vivimos en estos barrios, objeto de sus políticas clasistas.
La destrucción de las dotaciones y servicios públicos es una realidad, aún más tangible, extramuros de la M-30. Equipamientos, limpieza viaria, educación y quizás el más sangrante de todos nuestros problemas, la sanidad. Poco más cabe decir desde estas líneas sobre el asunto de la sanidad pública. Solo temer que, si ésta es la situación en precampaña, cómo será tras una nueva mayoría absoluta en la Puerta del Sol.
El objetivo se está cumpliendo con creces. En 2022, la facturación de los seguros privados de salud creció un 7%, superando, por primera vez, un volumen de ingresos de 10.500 millones de euros. A partir de mayo, ya no será suficiente con la tarjeta sanitaria. Preparen también la Visa.
Pero por si todo esto no bastara, el ensañamiento los lleva a que nuestro día a día resulte irrespirable. Literalmente. Un reciente informe de Zero Waste Europe vuelve a señalar que el entorno de la incineradora de Valdemingómez, en el que nos encontramos, sufre de una serie de sustancias tóxicas que “tienen importantes efectos negativos sobre la salud humana”. El Ayuntamiento ignora esta realidad, empecinado en hacer campaña con los datos manipulados sobre la calidad del aire que entregó a la Unión Europea.
En todo este pandemonio, la cultura no es una excepción. La han convertido en otro producto de consumo con el que mercadear. La agenda cultural se limita a los espectáculos de la Gran Vía y a las grandes exposiciones de precios prohibitivos. A los que vivimos en la periferia, nos emplazan a las librerías o cines que pueda haber en los centros comerciales.
Sin embargo, a espaldas de la cultura oficial, la labor de las asociaciones, centros culturales y librerías de barrio es encomiable. Como ha ocurrido en muchos otros ámbitos, ante el abandono de la administración, el tejido social ha tenido que reaccionar. Gracias a su trabajo, hoy Vallecas ofrece una rica oferta cultural, diversa e inclusiva. Nuestro barrio no se merece menos. De nuestro barrio no se podía esperar menos.
Estos días, uno de nuestros principales referentes culturales, el Ateneo Republicano, ha celebrado el primer festival de novela negra de Vallecas, ‘Vallekas Negra’. Nacido de los vecinos para los vecinos, esta iniciativa da cita tanto a autores noveles, entre los que me encuentro, hasta consagrados como Cristina Fallarás o Carlos Bardem. Además de presentaciones, ‘Vallekas Negra’ también ha ofrecido debates, cata de vinos, comida popular y hasta un concierto de jazz. Confiamos en que esta iniciativa forme parte para siempre del acervo cultural de un barrio maltratado por las administraciones, pero orgulloso y alegre como pocos. Disfrútenlo.