La atalaya de las palabras

Por Ignacio Marín (@ij_marin)

Podemos estar contentos de que en nuestro barrio se lleven a cabo iniciativas y actividades, no solo para apoyar la lectura, sino también para fomentar la escritura, la creación de literatura. En Vallekas Negra recibimos cerca de 150 relatos llegados de todo el mundo y con una media de calidad bastante decente, que se las puso difíciles al club de lectura de la librería La Verde para decidir los relatos ganadores. Además, el próximo 15 de marzo terminará el plazo para participar en el I Concurso Literario ‘Voces desde Cañada’, organizado por la Asociación Avancemos Nuevo Rumbo y Ediciones Tinta Roja, y que tiene como objetivo visibilizar y denunciar la insoportable situación que padecen los habitantes de la Cañada Real Galiana.

Y podemos estar contentos porque tenemos a nuestro alcance una herramienta muy útil para hacer frente a un monstruo semántico que se ha construido con mentiras y odio. Tras años machacados por discursos que solo buscan enfrentarnos, que solo buscan dividirnos y generar enemigos a los que señalar, hemos interiorizado esos mensajes hasta el punto de legitimarlos, de convivir con ellos como si fuesen criaturas inofensivas. Pero lo bueno de ese monstruo de odio es que está fabricado con palabras, palabras que nosotros también podemos esculpir para hacerle frente.

En estos tiempos dominados por el enfrentamiento y el rencor, podemos construir una atalaya de palabras en la que resistir. Somos capaces de transformar el mundo con palabras, pero también salvamos y nos salvamos con ellas. Como si de ladrillos y cemento se tratasen, podemos erigir con palabras esa atalaya en la que refugiarnos de una realidad tan salvaje. Crear mundos en los que no existan los que insultan a los que sufren, que no existan los que comercian con el dolor. Fraguar brazos que permitan dar un abrazo a esa persona querida que se encuentra a kilómetros. Y no hablo de un escritor tecleando en su habitación en la soledad de la noche. Hablo de cualquiera, tú o yo, escribiendo un whatsapp en un vagón de metro que atraviesa la oscuridad de un túnel. Y que de repente, ese vagón, ese túnel, estallen en 1.000 colores.

La literatura tiene la ventaja de ser un arte accesible. Cualquiera, con un bolígrafo y un papel, o con el propio móvil, puede desatar miles de realidades distintas, viajar a universos remotos o crear un mundo nuevo situado a la vuelta de la esquina, pero quizás, un mundo justo y en el que no exista el dolor. Las posibilidades son infinitas y están, nunca mejor dicho, al alcance de nuestra mano. Para ello, y esto no es tarea sencilla, hemos de dedicarle tiempo, un recurso del que se nos priva de manera recurrente. Tiempo, pero imaginación también, erosionada por tantos estímulos instantáneos con los que se nos bombardea continuamente. Pero si logramos romper con esa vorágine, aunque sea por un rato, encontraremos una afición maravillosa con la que sentirnos bien, y tal vez, hacer sentir bien a los que nos rodean. Y quizá, quién sabe, comenzar a construir esa atalaya de palabras en la que no nos pueda hacer daño el monstruo del odio. Llamadme ingenuo, pero este mundo sería un poco mejor repleto de atalayas de palabras.

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