Por Bartolomé Salas y amigos
Corría el año 1974 cuando conocí a Ramón González “Moncho” en el Aula de Cultura Pozo Entrevías que, al amparo del Ministerio de Cultura, se había creado para dar cobertura cultural a los barrios de Entrevías y del Pozo del Tío Raimundo.
Representando a asociaciones de vecinos, centros culturales, cooperativas de viviendas, partidos políticos (aún clandestinos) y diversas asociaciones, nos reuníamos en una chabola del Pozo del Tío Raimundo que se compartía con la Asociación de Desarrollo Gitano. En ella, una vez por semana, nos juntábamos para programar las actividades a realizar, la mayoría de las veces cursillos, certámenes y conferencias, para los que se contaba altruistamente con los más reconocidos artistas y literatos del panorama nacional.
En aquellas reuniones, dechado de entendimiento entre la gente más dispar, trazábamos planes de futuro, en lo artístico, en lo cultural y también en lo deportivo. Y una de las piezas fundamentales de aquel tinglado era “Moncho”, en su doble vertiente de representante de la Cooperativa Trabenco (Trabajadores en Cooperativa), modelo de cooperativismo de la que aún en Madrid quedan dos colonias de viviendas y dos colegios, y de A.D.P.E (Asociación Deportiva Pozo Entrevías), cuya alma indiscutible y consensuada era nuestro amigo “Moncho”.
Hablar de deporte en un medio tan hostil como era el extrarradio de Madrid a comienzos de los 70 era un reto, pero “Moncho”, en aquel momento, ya era un entrenador titulado, que había federado un equipo de fútbol, tal era su pasión, con el nombre de Trabenco, aunque participaban chavales de todo el barrio como una forma de combatir la heroína y el pegamento inhalado que causaba estragos entre la juventud.
Aún lo recuerdo los domingos a primera hora cargado con una red de balones camino del campo de Los Arbolitos, y muchas veces las medias y las equipaciones que, durante la semana, habían estado colgando del tendedero de su casa.
Su primera función era la de despejar el campo de los cristales de los “botellones” de la noche anterior, para que después pudieran jugar los niños que él mismo arbitraba. Aunque no sólo a arbitrar se dedicaba, también ponía el horario de los partidos, hacía las clasificaciones, y a pesar de su larga y extenuante jornada laboral, no había día que no terminara con una reunión, muchas de ellas al borde de la madrugada, para organizar todo aquello que luego se realizaría.
Llegado el final de la dictadura se abrieron nuevas posibilidades al ocupar los locales del Movimiento, el de la OJE y la Cátedra José Antonio que se convertían en Casa de la Juventud y Centro Social de Entrevías. Y desde la Casa de la Juventud, creció la participación deportiva sumándose al fútbol ahora el baloncesto, y otros novedosos como el atletismo, el voleibol en versión popular, o el balonmano, sobre todo el femenino a niveles de excelencia, además de actividades lúdico-deportivas como las fiestas de la bicicleta que dinamizaba con su vieja Orbea al lado de medio centenar de ciclistas por las cuestas de Menéndez Pelayo.
No era ajeno a la gestión con las instituciones para conseguir material para los colegios donde se realizaban escuelas deportivas al finalizar la jornada escolar, muchas veces ayudando a montar canastas y porterías.
El alma de todo aquello era “Moncho”, sabiendo estar siempre a la distancia precisa, sin ánimo de protagonismo y con conciencia militante. Bien sabe su familia de las horas empleadas, que no quitaban para que pareciera que se multiplicaba para estar en todas partes, con los amigos para hacer otra cooperativa de viviendas: Covijoven, en las fiestas populares, en los montes de Peguerinos, en los ascensos al Moro Almanzor, al Monte Perdido, a los Encantats; un ejemplo de cómo estar vinculado al deporte sin contar con más medios que tus manos y la imaginación.
Tal vez por ello tantas generaciones del barrio estuvieron en su funeral. Entre ellos quizás aquel niño de 10 años que un día se presentó en su casa buscando la “carta de libertad”, porque lo “había pillao el Cosmos”, o Velasco, al que él entrenó cuando era un niño y que terminó en el Real Madrid. En fin, árbitro “marrulleiro”, allá donde estés seguro que estarás organizando un partido entre quién sea y el resto del mundo. Nuestra admiración eterna.