Por Antonio Osuna
Llegó el momento esperado de esas noches vallecanas después de pasar un verano más largo de lo habitual que, por cierto, ya parece que sea habitual que dure más de lo habitual. Volvió el frío nocturno, al menos en días salteados y sí, gente como yo, amamos esa sensación.
Nunca fui muy amigo del calor, pero mentiría si digo que soy amigo del frío. Es una sensación de amor-odio, de equilibrio, la misma de la odiosa pregunta de: “¿a papá o a mamá?” Pues igual. En el medio, está la paz. Estas noches calmadas para mí son las mejores del año, sin duda. A todas esas personas que tiene pensado venir a Madrid siempre respondo lo mismo: en octubre-principio de noviembre, o en marzo-principio de abril. Son entonces las noches de dormir arropado, pero no en exceso; las noches en las que aun puedes ver a gente en las terrazas hasta tarde sin el calor y el agobio del verano; y los días de manga larga sin chaqueta. Esas fechas en las que los guantes todavía son cosas del futuro. Esas, estas, son las mejores noches.
Ya se nota el frío, pero en lo que más noto el frío es en el silencio de la calle. No quiero parecer arisco ni nada similar, pero sí, el frío hace que el ruido sea menor. Y no hay nada mejor que dormir arropado lejos de los griteríos adolescentes del verano.
Nos ha pasado a todos recordar meses atrás en los que las sábanas se pegaban al cuerpo y que por muchos ventiladores que pusiéramos no había manera de lidiar contra el clima. A eso, se le añadía la adolescencia y sus hormonas revolucionarias en la calle de abajo y ya… dormir era tarea imposible. Por eso mismo, disfrutemos de estos momentos, de estos fríos amables y lo que duren, de estos silencios nocturnos y lo que duren. Pues todo llega y todo vuelve. El frío que nos helará los huesos está a la vuelta de la esquina. Esperemos que se retrase un poco más.