Por Antonio Osuna / Vallecas VA /
Llegó septiembre y parece que todo lo bueno se acabó. La vuelta a la rutina (para aquellos que en agosto tuvieron su libertad condicional) y la vuelta al trajín de la ciudad. El verano parece que está a punto de acabarse, y es normal, todavía queda tiempo, pero quieras o no, los libros y la vuelta al cole de ‘El Corte Inglés’ están calando desde mediados del mes pasado. Julio fue un gran mes, al menos para mí, no sé vosotros, pero desde mi pequeño y caluroso piso en Vallecas las cosas fueron mejor de lo que parecían. ¿La causa? La fiesta del agua, ¿qué sino? Me rio de la tomatina, de los Sanfermines, de… De las verbenas en los pueblos donde las abuelas te miran por encima del hombro susurrando, ¿y ese quién es, el hijo de la Antonia?
Aquí no tenemos playa, pero no nos importa, tenemos una excusa, calor y agua para tirarnos encima, ¿algo más? Sé que estoy hablando a toro pasado, esos días quedaron atrás y hasta el próximo verano no se podrá repetir, al menos de esa forma; luego ya cada cual se puede arrojar el agua que quiera (cosa muy recomendable con el calor que sigue haciendo). Pero hoy no quiero centrarme mucho en eso, sino más bien en un lugar diferente, en muchos rincones diferentes, pues como dije muchas veces: Vallecas no tiene nada que ver.
Cerca de la Asamblea de Madrid, donde estaba el Erosky… lo que ahora es Carrefour24h (gran noticia para los que dormimos poco) existe una fuente que da un poco de vida y brisa fresca a todas esas calles calurosas en estas fechas. Ahí, en la fuente donde nos bañaremos todos los vallecanos el día que el Rayo gane la Liga (ojalá pase pronto). Y un poco más cerca, el parque Payaso Fofó, otro vergel de paz y brisa, y otro lugar cargado de mosquitos, pero que al final, hacen que nos despejemos un poco de la ola de sudores que a todos nos atañen.
Dicen que el cambio climático hará que esto vaya cada año a peor, y que poco a poco, las temperaturas serán más elevadas cada año, pero cuando paseo por las calles de Vallecas veo a la gente mayor en la calle, a la fresca cuando cae la noche, tomando algo fresquito, cada uno con su silla contándose como ha ido el día y eso me da esperanza. No sé si nos estarán enseñando a los jóvenes como paliar este sofoco, pero sé que, entre esas sillas, el calor parece más llevadero, los mosquitos pican menos y los libros del cole parecen no ser tema de conversación. Es la única pena de que esté acabando el verano. Sacar la silla en invierno ya es tema para otro día, o para otros valientes.