Por Antonio Osuna
Este texto nació como otros tantos, con un simple paseo por las calles de nuestro barrio. Al cobijo de la sombra buscando el descanso merecido. “Si las calles hablasen”, frase miles de veces escuchada. Pero, ¿y si las calles hablasen de Vallecas? Sin duda, según la historia que nos precede, este nuestro lugar no dejó indiferente a nadie. En la literatura y en el cine, en las historias contadas en la barra de un bar y en los cuchicheos más sutiles. Vallecas no dejó jamás de tener una connotación distinta. Y pregunto yo: ¿sigue siendo así?
Desde hace un tiempo se está poniendo de moda. Está relativamente muy cerca del centro y a pocas paradas en cualquier transporte público. Pero socialmente, cuando dices “Vallecas”, sigue apareciendo esa expresión de extrañeza y curiosidad en los rostros que escuchan.
Los lectores me comprenderán, ¿qué tiene de distinto? Todo y nada. Durante años salí de este barrio y no hago más que volver a él, y sí, Madrid se nota frío al otro lado de nuestro lado.
Sin duda, Vallecas florece. Es un lugar distinto al resto como ya maticé en varias ocasiones y, sinceramente, las expresiones de asombro recibidas una y otra vez al nombrarlo han dejado de ser reales. Poco a poco, todo se normaliza. Como se suele decir, la calma llega. Y aquí entre nuestras calles los arboles también florecen. Es más, me atrevería a decir que es de los pocos lugares, al menos visitados por mí, donde aún se pueden oir a los niños jugar y corretear por las calles, donde aún se puede escuchar el grito de una madre para subir a comer y donde aún te sigues encontrando a la gente con la que te criaste.
No seremos un barrio “moderno”, pero no aspiramos a serlo. Somos “el barrio” por excelencia, conocido en todo el país. Y sí, no hacemos más que florecer una y otra vez. De ellos dependerá asomarse a contemplar la belleza, nosotros sabemos que está aquí. “Si las calles hablasen de Vallecas, serían piropos”.