Por Ignacio Marín (@ij_marin)
Es muy fácil viajar a otra ciudad desde nuestro barrio. No hablo de ir a Coslada o a Rivas, nuestros municipios más próximos. Hablo de que basta un breve viaje en transporte o un paseo para conocer otras realidades, otras formas de vivir, otros tratos por parte de la administración. Otro Madrid distinto al que estamos acostumbrados. Dos ciudades en la misma ciudad.
Por motivos laborales, suelo viajar entre esas dos ciudades muy a menudo. Seguro que a ustedes también les ocurre. Vivo en Villa de Vallecas y trabajo en el barrio de Salamanca. Viajo de una ciudad que apenas alcanza los 12.000 euros de renta media por persona a otra que roza los 24.500. Una desigualdad inconcebible en poco más de diez kilómetros. Una desigualdad insoportable. Ayuso insiste en decir que en Madrid tenemos “el mejor estilo de vida del mundo”. Un estilo basado en el progreso a dos velocidades que ya, desgraciadamente, nos caracteriza. Dos velocidades para dos ciudades completamente distintas.
Ese viaje antes podía hacerlo en metro, ahora ni eso. El servicio especial de autobuses puesto en marcha por el corte de la línea 1 del suburbano se ha mostrado insuficiente, no solo por frecuencias y capacidades, sino directamente por el recorrido. Recordemos que ni para en Congosto ni llega a Sol, dejándonos en Atocha. Nos prometieron un refuerzo de las líneas existentes de autobuses -el 54, por ejemplo, he comprobado que tiene frecuencias de hasta 20 minutos- o el Cercanías, que ha llevado a los viajeros en vagones atestados y sin aire acondicionado en los meses de julio y agosto. Entiendo que su doctrina económica se base en precarizarnos cada día más, pero para que puedan mantener para su Madrid “el mejor estilo de vida del mundo” tenemos que llegar puntuales cada mañana a trabajar.
En verano esas diferencias se agudizan. Incluso el calor incide más dependiendo del distrito y, como si de una plaga bíblica se tratase, los más humildes son los que más lo sufren. Otra vez más. No es lo mismo vivir en Moncloa-Aravaca o Fuencarral-El Pardo, que se encuentran en barrios más frescos, mejor ventilados y cerca de grandes espacios verdes, que en los hacinamientos de Usera o Puente de Vallecas, enclavados en las islas de calor que genera el valle del Manzanares. Tampoco ayuda la propia arquitectura: las condiciones climáticas no serán iguales en un bloque rodeado de amplias avenidas y materiales pensados en la eficacia térmica, que los edificios diseñados exclusivamente para alojar obreros. Ni el urbanismo: se pueden alcanzar diferencias de diez grados entre la frondosa calle Jorge Juan y Pedro Laborde, que con suerte tiene árboles.
Y si sufrimos alguna complicación por culpa de las altas temperaturas, ahí tenemos la precarización de la sanidad pública, especialmente tangible en nuestros distritos. Aún esperamos y esperaremos el cuarto centro de atención primaria para Villa de Vallecas, que cuenta con una población de 110.000 vecinos. Además, no olvidemos que en los barrios del sur tenemos mayores probabilidades de enfermar por culpa de la incineradora de Valdemingómez, que lleva años ya emitiendo sustancias tóxicas como un asesino paciente y silencioso.
En definitiva, los que hemos nacido y crecido aquí sabemos que Madrid son dos ciudades en una. Dos ciudades distintas en trato de la administración, en servicios, en dotaciones, en infraestructuras… Lo sabemos de sobra. De lo que quizá no nos estemos dando cuenta es del distinto trato en los barrios de nuestros distritos. Por desgracia, hay diferencias palpables en cuanto a dotaciones y servicios entre San Diego y el Ensanche, entre Palomeras Bajas y Santa Eugenia. Ahora que tenemos las fiestas de Villa a la vuelta de la esquina, veremos si vuelven a llevarse parte de la programación al Ensanche, abandonando su tradicional ubicación, el Casco Histórico. Han logrado hacer que la desigualdad sea cuestión de calles. Ya que ya hay dos ciudades en la misma ciudad, luchemos para que no haya dos barrios en el mismo barrio.