Diez años de churros, barrio y tradición en Entrevías

Luis prepara varias porras para sus clientes. Foto: F. BódaloVK

Por Fernando Bódalo

En los barrios, hay tradiciones que van mucho más allá de lo gastronómico. Los churros y las porras forman parte de la memoria colectiva, de los desayunos en familia, de las mañanas de fin de semana, de las fiestas populares y de las conversaciones en la barra. En lugares como Entrevías, las churrerías no son solo un negocio: son un punto de encuentro cada vez más escaso, un relevo generacional y una forma de mantener viva la identidad del barrio.

Uno de los momentos más esperados por los vecinos es el ritual dominical: salir a primera hora, aún en chándal, a comprar churros, y sobre todo, las Navidades, cuando las calles se llenan de vecinos que van a por su ración de tradición y sabor. Y no solo eso, los churreros de La Mayor siempre han sido muy solidarios con las actividades sociales del barrio, apoyando a eventos, festividades y causas locales.

La Churrería La Mayor (Avenida de Entrevías, 80) cumple 10 años de historia, recogiendo el testigo de varias generaciones de churreros del barrio. Una década en la que tradición y evolución han ido de la mano, manteniendo el sabor de siempre y adaptándose a los nuevos tiempos sin perder la esencia.

La historia de La Mayor es una historia de herencia familiar y negocio de barrio, que no empieza en 2015. Viene de atrás, de familia y de barra. “Todo empezó gracias a mi suegro, que nos dio la oportunidad. Nos vinimos de otro negocio en el centro de Madrid de nuevo al barrio”, explican Irene y Luis, responsables de este establecimiento. De generaciones anteriores han heredado valores claros: constancia y lealtad, dos pilares que siguen marcando su forma de trabajar. Con el paso del tiempo, la churrería ha evolucionado, pero no siempre ha sido fácil. “Ahora hay mucho más trabajo y ha cambiado todo, sobre todo después de la pandemia”, comentan. Aun así, destacan algo importante: el barrio ha visto que siempre están ahí, “aunque venga una Filomena” (risas).

Varios vecinos guardan cola para comprar su desayuno. Foto: F. BódaloVK

Si algo tienen claro Irene y Luis es que la clave está en lo sencillo: “unos buenos churros y porras se hacen con buena materia prima y, sobre todo, con cariño”. La receta, eso sí, se queda en casa.

La elaboración sigue siendo totalmente artesanal. “Nosotros lo hacemos todo a mano, como antiguamente”, explican. Y en cuanto a gustos, no hay debate: siguen siendo los mismos de siempre. “Todavía hay peleas por la porra del centro, la punta o el principio” (risas)”, añaden.

La Mayor Entrevías es un punto de encuentro, para todo tipo de gente. Clientes de diario, vecinos que aparecen de vez en cuando y también caras nuevas que siempre hacen ilusión. “Algunos no vienen todos los días, pero ya te va sonando su cara”, comentan.

Para ellos, una churrería en el barrio aporta algo más que comida: “ilusión y tradición”. Y las anécdotas lo demuestran. Desde vecinos a los que les faltan unos céntimos y prometen traerlos al día siguiente —y lo hacen— hasta dejar bote por el gesto. “Hay historias para escribir un libro”, aseguran.

Resistir y seguir

En estos 10 años han vivido de todo: la salida de una crisis, una pandemia, la subida del aceite o el impacto de la guerra de Ucrania. “Han sido muchos retos”, reconocen. Pero aquí siguen. Resistir y seguir es su intención. Mirando al futuro, lo tienen claro: “Queremos seguir con las tradiciones, ver disfrutar a nuestros vecinos y que nos digan lo ricos que están nuestros productos”. Porque, al final, eso es lo que da sentido a todo.

En tiempos de desayunos ‘healthy’, ‘bowls’ de colores, semillas exóticas y modas que cambian cada temporada, los churros y las porras siguen resistiendo con una dignidad silenciosa. No presumen de etiquetas ni de nombres en inglés, pero sí de algo esencial: buena materia prima, manos expertas y tradición. Harina, agua, sal y aceite. Pocos ingredientes, pero bien elegidos y trabajados. Cuando el producto es bueno y la elaboración es artesanal, el resultado no necesita adornos. Los churros y las porras no engañan: o están bien hechos o no lo están. Y cuando lo están, hablan por sí solos. No se trata de enfrentar lo clásico con lo moderno. Hay sitio para el aguacate, la avena o el yogur griego. Pero también lo hay para un desayuno compartido, caliente, comprado a primera hora, envuelto en papel y comido en familia. Porque alimentarse no es solo contar calorías: es crear recuerdos, mantener rituales y sentir barrio.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.