Por Juan Sin Credo / Vallecas VA /
Es innegable cómo brota el interés de fraguar ese arraigo necesario que prospere en cada uno de los individuos para erigir un distintivo de pertenencia que vertebre al colectivo. Unas señas propias de identidad deben encaminarse hacia la mejora de la reconstrucción del espacio público con un esperanzado avance de la convivencia, de la participación y del conocimiento.
Varias son las actividades vecinales emergentes en los diferentes ámbitos que articulan esa conciencia de entidad diferenciada para la consecución del logro de una Gran Vallecas generosa, solidaria y enérgica. Basten los ejemplos de la Batalla Naval, el sentimiento a ultranza del rayismo, la romería de la Virgen de la Torre o la ofrenda poética junto al conjunto escultórico de Federico García Lorca, que va camino de convertirse en otra tradición de raigambre vallecana tras su cuarta edición, cada 18 de agosto.
Por supuesto que todos estos acontecimientos tienen el germen en los diferentes lugares de la geografía de la vallecanía, donde la reunión periódica de sus habitantes establece un estrecho vínculo forjado en algo más que una mera afición. La rutina diaria se convierte en un vehículo de afinidades que confluyen en las amplias avenidas de la amistad. Se trata, por lo tanto, de un ímpetu hacia el frenesí que intenta trenzar el tejido social con el utópico ideal de aniquilar el fanatismo excluyente y recalcitrante, principal tumor de la presente pluralidad vallecana.
Dentro de estos puntos de coexistencia para el desarrollo de la concordia vecinal destaca la biblioteca de Gerardo Diego, ubicada en el solar del edificio que albergaba el extinto cine Madrid, en la antigua calle del Carmen, hoy en día denominada Monte Aya, muy cerca de la Junta de Distrito Municipal, a poca distancia de la parada del Metro Villa de Vallecas.
Desde su inauguración, en enero de 1996, la biblioteca ha venido ejerciendo una labor indiscutible en la transmisión de los saberes enciclopédicos preservados en los cientos de volúmenes que componen su catálogo. Además de ser precursora con su exposición bibliográfica permanente del Holocausto, en sus múltiples recovecos, acogió los paneles de esa pequeña joya de la memoria fotográfica que recababa donaciones anónimas de los vecinos en sus múltiples quehaceres cotidianos.
Sin embargo, en la actualidad, el más destacado de los diversos actos programados consiste en servir mensualmente de cobijo a un grupo de entusiastas de la poesía, reunidos bajo la denominación de Club de Poesía ViVa, tutelado por la Mesa de Cultura de la Villa de Vallecas. Durante estos tres últimos años, cada primer viernes de 19:00 a 20:45 horas, se han recitado cientos de poemas, bien siguiendo una temática común o bien siendo seleccionados con un criterio particular de placer estético. Esta dinámica de lectura interactiva reivindica la palabra como consistencia inequívoca de la diversidad ante el hostil aislamiento que diluye la integridad del ser en este feroz ciclo posmoderno. En este aspecto, facilitando la comunicación con la otredad, han desfilado poetas como Ida Vitale, última galardonada con el Premio Cervantes, o la recientemente fallecida, Francisca Aguirre, Premio Nacional de las Letras Españolas 2018.
Cada una de esas tardes, cada uno de los versos indaga en el vuelo del sueño hacia un deseo de libertad, como la monumental obra de Walt Whitman, que descansa en los anaqueles de la biblioteca. ‘Hojas de hierba’ es una de las grandes epopeyas de la literatura universal por ser el canto del nacimiento de un Nuevo Mundo, donde todos los seres humanos están llamados a ser iguales mediante un poeta que derrama su voz en la intimidad de sus singulares pasiones.