ROBERTO BLANCO TOMÁS.
Carmen Graciano es escritora y vallecana (aparte de guionista, redactora y un montón de cosas más), y acaba de publicar su primera novela: Se apagó Celeste. Nacida en junio de 1978 —“buena cosecha, según dicen”—, “tímida hasta la extenuación, pero disimulo bastante bien —nos cuenta—. No sabría decirte en qué momento decidí empezar a contar historias y disfrutar con ello además. Tampoco estoy segura de que el periodismo haya sido una vocación de siempre: lo que hoy te llena por completo puede que mañana no sea así. Por eso lo disfruto hoy. Mañana quién sabe qué pasará”.
Guionista, redactora, radio, tele, participas en varios blogs… ¿Qué recuerdas con más cariño? ¿Existe un eje común?
Creo que cada faceta profesional tiene su momento. Es una cuestión de priorizar. Mi paso por la radio fue un aprendizaje total, tuve la suerte de poder hacer prácticamente de todo: economía, política, salud. Se trataba de aprenderlo todo, no solo el hecho de ponerse delante de un micrófono y contar cosas, sino también tener la capacidad de llegar a la gente incluso cuando lo que cuentas no es lo que se quiere oír. Llega un momento en que lo que haces no te aporta nada, ni a nivel profesional ni a nivel personal… Quizás por eso, porque mi prioridad es lo personal, no he parado quieta. Me gusta lo que hago, pero me gusta más aún disfrutar con lo que hago.
De mi paso por televisión tengo el mejor recuerdo. Se frivoliza muchísimo con este medio, y no voy a negar que hoy en día dejamos de ser periodistas para convertirnos en “titiriteros”. Seguramente me lapidarán por esto… Pero es así. Sin embargo, no quito mérito a los que hoy en día se sientan doce horas en una redacción con la única pretensión de mantener una audiencia. Yo también lo he hecho, y lo mejor de todo es que he disfrutado con ello. La televisión engancha tanto o más que los micrófonos, pero es mucho más despiadada, hay que tener la cabeza muy bien amueblada y mantenerse con los pies en la tierra. Hoy eres una estrella a la que todo el mundo alimenta su ego y mañana simplemente desapareces. Y ya no existes. Hay que aprovechar el momento, disfrutar con lo que haces. Es una especie de selva donde todo vale, por eso hay que tener claro dónde estás y hasta dónde quieres llegar. Priorizar. Mi prioridad ha sido siempre hacer lo que me gusta, disfrutar con lo que hago. En el momento que dejo de hacerlo no tiene ningún sentido seguir por mucho que me alimenten mi ego.
En realidad creo que todo lo que hacemos está conectado de alguna manera. En mi caso la tónica común es disfrutar de lo que hago, poder llegar a casa con una sonrisa en los labios, no por las palmaditas que me den en la espalda los que ni siquiera me conocen, sino por las sonrisas de aquellos que, al menos durante un momento del día, hayan podido disfrutar con mi trabajo.
¿Qué encontrará el lector en Se apagó Celeste?
Igual que te digo que el periodismo es una vocación que va y viene, también te digo que siempre he sido cotilla por naturaleza [risas]. Me gustan las historias de la gente, pero ésas que son de verdad, las que nadie conoce y que suelen ser mucho más interesantes que todas las conocidas. Escribir sobre la Guerra Civil en España y todo lo que siguió es casi una tradición, en libros, en el cine, en el teatro, en la música. Creo que no aporto nada nuevo, quizás es por eso que decidí centrarme en las historias cotidianas, ésas que se cuentan, las de una familia anónima. No son ni más ni menos importantes: son simplemente las diferentes. Se apagó Celeste es una invitación a recorrer de la mano de sus protagonistas la historia de una familia anónima, con nombres y apellidos. Es la manera de demostrar hasta qué punto heredamos lo que otros han vivido antes. A lo largo de nuestra vida vivimos una serie de cosas que de alguna manera nos hacen sentirnos diferentes, y no es así en realidad: todos pasamos por las mismas situaciones, nos enamoramos, lloramos, reímos, perdemos la cabeza, hacemos locuras, y siempre ha sido así. Todo lo que hemos vivido nosotros ya lo vivieron antes nuestros padres, y nuestros abuelos, y quizás con la misma intensidad, pero nos cuesta ponernos en su piel. Ellos también tuvieron 20 años. Invito a los lectores a pasear por los años más significativos de nuestro país, los años 40, los 50, la locura de los 60, los 90. Creo que todos tienen un momento en el que se verán reflejados. Quizás sea eso lo más llamativo.
¿Cuál fue la idea de partida?
Creo que fue Celeste quien decidió por mí. De repente es ella la que toma las riendas para contar su historia a través de mí. Su nombre resonaba en mi cabeza. Podría ser alguien de mi edad, quizás unos años de diferencia nada más. Al igual que a ella —y a María, su hermana—, me gusta inventar historias de la gente con la que me cruzo. Y no tienen por qué ser grandes historias: en realidad lo que nos gusta son las pequeñas historias, las cotidianas, las que podrían ser la nuestra perfectamente. Detrás de cada persona con la que nos cruzamos por la calle hay una historia, solo hay que meterse en su piel para descubrir lo interesante. ¿Por qué puede ser interesante la vida de dos hermanas gemelas? A simple vista no tiene nada de especial… Pero, ¿y si en realidad no son lo que dicen ser, ni quienes dicen ser?
¿Fue escribir una vocación temprana, ha sido una decisión meditada o el resultado de tu experiencia profesional?
Nunca he tenido la pretensión de ganarme la vida escribiendo… Es un poco lo que comentaba antes: hago las cosas porque disfruto de ellas, no porque me vea en la obligación de hacerlas. Seguramente si tuviera un editor detrás de mí todo el día metiéndome prisa no sería capaz de ponerme delante de un papel en blanco. Las cosas pasan porque tienen que pasar, y suceden en el momento justo. Ni antes ni después. Creo que llega un momento en tu vida en que te haces una sola pregunta: ¿y ahora qué quieres hacer? ¿Qué te apetece hacer? No se trata de lo que debas hacer, de lo que tengas que hacer, ni de lo que se espera que hagas… Haz lo que te apetezca hacer. Y a mí me apetecía contar una historia, me apetecía escribir, me apetecía poder llegar a la gente haciendo algo diferente. Si esta novela fuera el resultado de mi experiencia profesional estaría más preocupada de ser número uno en ventas en todos los grandes almacenes, y hoy por hoy no me interesa; quiero decir, de poco sirve llegar a aquellos a los que no conoces de nada y que todo lo que te hagan llegar sean números, tantos ejemplares, tantas ediciones, tantos euros… Me quedo con toda la gente que se ha acercado a mí para decirme lo mucho que les ha gustado la novela. Es la manera de saber que has hecho las cosas bien. Es la mía por lo menos. El resto solo son números, y yo prefiero las letras.
¿Qué temas te interesan especialmente a la hora de narrar?
Tengo una debilidad por el pasado de esta ciudad, las calles tal y como eran antes, las costumbres, las casas, la ropa, la forma de ver las cosas. Pero me llama la atención sobre todo la gente, la gente mayor. A mí también me cuesta imaginar cómo eran antes. Hay gente que parece que siempre ha sido anciana, parece imposible imaginarlos hace 40 años, y seguramente no eran tan distintos a nosotros. Hemos evolucionado muy rápido en según qué cosas, pero en las cosas más básicas, en las cosas realmente importantes, tenemos las mismas pretensiones que nuestros abuelos o nuestros padres. De eso se trata, de buscar esa complicidad con aquellos que van a buscar una historia cuando abren un libro, porque en el fondo a todos nos gusta vernos reflejados en lo que leemos. Pasa en el cine, pasa en el teatro, pasa incluso en los monólogos que ahora están tan de moda. Somos capaces de reírnos de nosotros mismos cuando un tercero nos describe, de la misma forma, somos capaces de emocionarnos cuando alguien nos toca de cerca con una historia que podría ser la nuestra.
¿Reconoces influencias en tu estilo?
He devorado todo lo que ha caído en mis manos de Isabel Allende y Almudena Grandes. Para mí, y esto es una cuestión de gustos, creo que no hay nadie que les haga sombra a la hora de contar historias. Grandes historias, historias pequeñas, tienen el don de convertir a sus personajes en seres mágicos. No podría obviamente compararme a ninguna de los dos, ni tengo la pretensión tampoco de hacerlo, pero sí que es verdad que al final te das cuenta de que en realidad lo que nos llega son las cosas cotidianas, las que ocurren todos los días, las que están pasando a nuestro alrededor. Se trata quizás de mirar desde otro punto de vista, de ver las cosas más de cerca, de mirar más allá de lo evidente.
¿Dónde podemos encontrar tu libro?
A través de la página web de la editorial (www.editorialcirculorojo.es) y en la Librería Sanabria (C/ Sierra Aitana, 2, Villa de Vallecas). Siempre es un placer pasarse por ese rinconcito de Manuela y charlar con ella. Hoy en día cuesta encontrar a alguien que sepa exactamente lo que buscas o lo que quieres, y Manuela es esa clase de persona que siempre tiene un libro para cada momento y para cada persona. Hemos perdido la sana costumbre del tú a tú con el librero de toda la vida. Igual que tú médico sabe exactamente lo que debe darte cuando te duele porque te conoce, Manuela sabe exactamente qué darte cuando necesitas una historia.
¿Quieres enviar algún mensaje especial a nuestros lectores?
Con el trajín de vida y horarios que llevamos, me imagino que pararse dos minutos a leer la entrevista de una desconocida es motivo suficiente para dar las gracias de antemano por robarles este ratito. Es de bien nacida ser agradecida. A aquellos que se animen a conocer a Celeste les invito además a conocer al resto de la familia, a emocionarse y a reír con ellos, a meterse en la piel de Antoñito, de Marina, de Eduardo, de un sinfín de personajes que seguro les harán ver la vida desde otro punto de vista. ¿Por qué no?