Como de costumbre, la vuelta de las vacaciones trae noticias inquietantes para la ciudadanía, especialmente para sus sectores más sensibles. El 2 de septiembre, la ministra de Empleo, Fátima Báñez, presentaba un borrador de reforma de las pensiones que pretenden aprobar antes de final de año. Para que el lector pueda temblar un ratito, coloco aquí un punto y aparte.
Y es que el acontecer político cotidiano en este país ha desarrollado nuestra sensibilidad hasta el punto de que cuando oímos “reforma” entendemos “a peor para el ciudadano de a pie”, y en este caso no iba a ser distinto. Mira que —como siempre— lo han intentado “maquillar”, diciendo que las pensiones “no van a bajar nunca y tampoco se van a congelar”… No van a bajar, pero la subida se va a desligar del Índice de Precios al Consumo: se establece un mínimo de subida de un 0,25% anual si la economía va mal y un máximo correspondiente al IPC más el 0,25% en época de “vacas gordas”. O sea, que las pensiones no bajarán nunca, pero es previsible que el poder adquisitivo de los jubilados caiga por los suelos.
Aparte, y como la esperanza de vida de la población española sube, se han inventado una cosa llamada “factor de sostenibilidad”, que suena muy aséptico, pero que si te lo explican resulta monstruoso. Si esto se aprueba, a partir del 2019 y en virtud del citado factor, la cuantía de la pensión irá ligada a la esperanza de vida del pensionista (cuanto mayor sea ésta, menor será la pensión inicial), de forma que se compense el total cobrado durante toda la jubilación en función de los años que se prevé que estará cobrándola. Imagino que esto terminará de convencer a quien aún no se hubiese enterado de que para “los que mandan” somos mera mano de obra; y una vez jubilados, un gasto molesto que no pueden permitir que se dispare si nos da por vivir muchos años. Se puede decir más alto, pero no más claro: es mejor que nos muramos cuanto antes y dejemos de incordiar.
Y lo peor es que, una vez consigan aprobar esta “reforma” —que lo conseguirán, ya te lo digo yo—, vendrá otra, y luego otra, y después otra más… Y si les dejamos, dentro de equis años ya no habrá ni pensiones, ni jubilación, ni prestación por desempleo, ni derechos laborales, ni nada de nada… Solo habrá trabajo, en las condiciones que a “los de arriba” les dé la gana… y si no aceptas, no encuentras o ya estás demasiado mayor para trabajar, la beneficencia o la muerte por inanición. La pregunta —desde hace ya demasiado tiempo— es: ¿hasta cuándo les vamos a dejar?
Roberto Blanco Tomás