Ignacio Marín
La marcha de Enrique de Castro ha dejado huérfana a Vallecas de un referente de lucha social y de dignidad, pero permanece el eco de agradecimiento de sus vecinos. Hace ya más de cinco décadas, Enrique decidió convertir nuestras calles en su ministerio y la militancia en su fe. Cinco décadas en la que se dedicó a luchar con denuedo contra las injusticias y a ayudar a los que eran arrojados fuera de la sociedad, a los que eran expulsados de un sistema cruel. Un sistema que contaba con el beneplácito de la propia curia, con la que terminó enfrentándose. Convirtió San Carlos Borromeo en el hogar de los que carecían de uno o que habían sido expulsados del suyo, con tanta pasión y generosidad, que su hogar es ahora ya, y para siempre, el corazón de todos los vallecanos. Y desde estas páginas, qué mejor recuerdo, qué mejor homenaje, que las palabras de gratitud de sus vecinos. El adiós de todo un barrio agradecido.
Mercedes M. Artajo
“Mi querido amigo Enrique amplió mi mundo y mis amistades, descorrió el visillo que no me dejaba ver con claridad el Evangelio, y él lo entendió y practicó a rajatabla. Bendito sea por siempre”.
Javi Baeza
“Hacer memoria de Enrique es saltar, inmediatamente, de lo individual a lo colectivo. Desde aquellas reuniones en las que se planificaba la semana de lucha Social hasta las últimas en las que participamos -hace años, eso sí- intentando entender el evangelio de Jesús. Es verdad que tenía una atracción que provocaba la acción; y no menos que las puertas que abrió y ensanchó nos ofrecieron la oportunidad de conformar ese tejido de solidaridad entrañable que va más allá de las regiones y los países en donde nos moviésemos”.
Paco Carazo
“La persona de Enrique de Castro siempre ha estado unida desde que empecé a vivir en Entrevías a Madres Contra La Droga, Coordinadora de Barrios y otras iniciativas sociales… Valoro mucho esta dimensión colectiva, de que, a partir de un compromiso personal con las realidades locales, se generen procesos de organización, toma de conciencia, formación y acciones colectivas para cambiar los problemas concretos que vivimos. En ese sentido, también valoro el papel, el legado en vida, testimonios, escritos, que Enrique de Castro nos deja, unido al de muchas personas que han vivido con él y sigue luchando, nos aportan”.
Lucía Carrero
“Enrique entró en mi vida como un potentísimo rayo de luz y en ella sigue brillando, guiando, desde donde sea que se encuentre. Qué suerte la mía la de haber compartido 25 años de nuestras existencias y las de tantísimas personas de nuestros respectivos entornos”.
Ciudad Joven
“Han sido 35 años compartiendo nuestro querido Entrevías, nosotras con los más pequeños y los jóvenes y él con todos. Es fácil encontrar entre las educadoras más veteranas de Ciudad Joven alguna anécdota del “curso de la escuela de marginación” que se impartía en la parroquia de Entrevías o las que se leyeron “Dios es ateo””.
Emiliana
“Yo cuando conocí a Enrique era cuando tenía el problema con mi hijo y claro, nos ayudó muchísimo. Nos acompañaba a todos los sitios donde había que ir, a las manifestaciones. En la semana de lucha social, estuvimos encerrados y nos detuvieron, fuimos a comisaría. Si había algún problema, se lo contábamos a él y si podía, lo solucionaba”.
María Eugenia Gómez
“Enrique, a quienes no le conocimos mucho, nos regaló el eco de su pasión por los derechos de las personas que habitan el barrio y la fuerza para continuar en esa tarea, allá desde donde nos toque estar”.
Isabel Guirao Vives
“Enrique fue la compañía. Tantas llamadas cuando aquellos casos de retiradas de tutelas, a las que bautizamos cariñosamente como “secuestros legales de niños”. Y siempre una solución, un teléfono a quien llamar, una red de confianza. Pero, sobre todo, creo que es la invitación a vivir lo que creía, como esa sugerencia sutil que te hace alguien a las cosas importantes de la vida, y lo demás, lo vas pensando tú misma.
Acepté la invitación y 27 años después, aquí sigo, a su sombra”.
Hamza
“Enrique para mí es una persona que tiene un corazón de oro, que ayudaba a todo el mundo, daba la vida por cada ser humano, ayudándole en cada cosa, a los emigrantes y a cualquier persona que tocaba su puerta. No le importaba que hora era, iba y le ayudaba”.
Juana Mari
“Me ha dado mucho apoyo, me ha ayudado mucho, igual que a mi marido, que también falleció de cáncer. Para mí, es una persona espectacular”.
Eduardo Madroñal
“Hay palabras que son simplemente palabras. Y hay palabras que atraviesan el corazón y se clavan en la conciencia. Gracias sin fin, Enrique, amigo del alma, compañero de lucha, hasta siempre”.
Rosa de Murcia
“Enrique… soñador, rebelde, luchador incansable, revolucionario, divertido, crítico, arriesgado, comprometido, intolerante con toda injusticia, amigo… con una capacidad infinita de acogida, con esa risa y esa voz tan entrañables y esa mirada que te atrapaba y te enganchaba a esa maravillosa locura que él vivía”.
Nacho Murgui
“Llegué a la Parroquia de Entrevías perseguido por la policía y de la mano de mis padres. Asustados (ahora entiendo que ellos, mis padres, más que yo), buscando un lugar en el que refugiarnos de la soledad ante el abuso. Enrique, las Madres Unidas Contra la Droga, los traperos… Se convirtieron en nuestra familia de acogida y nuestra comunidad en resistencia. Hoy, en Madrid, sigue habiendo una casa a la que acuden quienes necesitan refugio frente a las inclemencias del poder: refugiados, desahuciados, huelguistas, parados, jóvenes del barrio… Un hogar insumiso que no se lava las manos. Ese es el legado de Enrique”.
Carlos Olalla
“En el escenario de la vida, Enrique, además de la palabra, tenía un arma invencible: su sonrisa, esa sonrisa que lo decía todo. Su sonrisa era acción y ni la niebla más espesa podía apagarla. Por eso mi recuerdo de él es de luz, la luz de aquella sonrisa que se rebelaba contra todo y que todo lo cambiaba”.
Paquita
“Conocí a Enrique De Castro hace cuarenta años aproximadamente, en la iglesia de San Ambrosio. Coincidimos en toda aquella época de lucha social, reivindicábamos todas las mejoras para el barrio. En el año 1987 estaba yo en San Diego y me enteré de que en una vivienda se vendía droga a los jóvenes del barrio, me subí a mi casa y llamé a Enrique. Él me dijo “déjamelo a mi cuenta, esto ya lo tenemos denunciado”. Él trabajaba con la juventud, mano a mano con las Madres Contra la Droga”.
José Luis Pascual
“Mi novia y yo éramos muy jóvenes, nos íbamos a casar en una iglesia por la zona de Menéndez Pelayo, al párroco tuvimos que pagarle 2.600 pesetas. Fui a mi parroquia a por mi partida de bautismo y allí estaba Enrique. Le conté lo sucedido y él mismo llamo al otro párroco para que nos devolviera lo pagado y comunicarle que nos casaría él. Cuando terminó la boda, yo le quise dar el dinero que me hizo recuperar, pero tomó el dinero. me lo puso en mi bolsillo y me dijo “lo vais a necesitar para empezar vuestra nueva vida””.
Lola Portillo
“San Carlos se convirtió en la sede de Coordinadora de Barrios. Yo estuve en los inicios de Coordinadora, un movimiento potente de ciudadanos unidos en la defensa de los derechos de los que vivían en los márgenes, enganchados a la heroína, muriendo de sobredosis o por adulteración, cayendo presos con largas condenas y finalmente siendo devorados por la epidemia del VIH-SIDA. Coordinadora reclamó tratamientos públicos y de calidad, denunció las deplorables condiciones de vida en las cárceles… Y Enrique a la cabeza defendiendo que todos podían salir de las drogas y luchando junto a las familias que estaban completamente devastadas por esa droga de la que hasta entonces no habían oído hablar”.
Miguel Santos e Isabel Casanova
“Algunos llegamos desnudos, con una maleta llena de ilusiones y algunas fantasías. Las puertas de la parroquia y de Esteban Carros estaban abiertas. Las maletas se fueron llenado de duras realidades, miradas, personitas, abrazos, llantos, risas y muchas batallas por hacer. Gracias Enrique por acompañarnos en este cambio de equipaje que facturaremos en el viaje de la vida con los demás y en las luchas por la justicia social, el amor y la libertad”.