El otro día salí a la calle, fui al bar a desayunar y vi a la gente más contenta, desayunando con más ganas de lo normal. Me pregunté si sería yo, que miraba con otros ojos. Vi dos camareras nuevas y eso me dio que pensar. Le pregunté al dueño del local: ¿cómo ves a tus clientes? Y ¿cómo ves que está la gente?. Y él me respondió: “en la tele no hacen más que apesadumbrar, diciendo todo lo malo que hay y que está por llegar”. Le miré y vi que él estaba animado, que acompañaba el sentir de su clientela; se acercaba, se interesaba por la gente, y poco más. Se le vio contento. Concluyo que la realidad que por la tele nos quieren contar, nada tiene que ver con la que la gente está necesitando y empezando a palpitar. Que a este sistema todo se le empieza a escapar, que los supuestos dirigentes y quienes ostentan el poder económico ya no controlan nada y que los antivalores que siguen alimentando, cada vez menos gente los cree ya. Ya no anidan en el corazón y cada vez engañan a menos gente con sus palabras huecas y su falta de verdad. Se les cae todo, ya no dan pie con bola y de otro lado, la gente sencilla, codo a codo, sigue construyendo lo que anhela y lo que de verdad necesita dar.
Frente a la caída de este sistema, la realidad que va creciendo sin parar y a gran velocidad es la de la gente que pone empeño por construir con sabor a vocación, de propósito, de verdad, … Estas realidades, que no salen en los grandes medios de comunicación, cada vez van a más, y van ganando profundidad. Estas realidades son las que están construyendo una nueva humanidad.
Hoy, todo es posible, como sucede en las grandes crisis. En la que estamos es mundial y coge todos los aspectos de la vida. Esta es la gran crisis del capitalismo y de esta cultura violenta. Estamos saliendo de ella desde la respuesta que desde el interior de nosotros se va generando con la quietud de la profundidad y con la necesidad de vivir de verdad. De esta manera, le estamos dando un mayor sentido a nuestra propia vida a la par que construyendo una sociedad verdaderamente humana, donde ningún ser humano mire por encima o por debajo al hermano.