Por Juan Sin Credo
Acostumbra el calor a permanecer en la fachada de ladrillos que cuece junto al aluminio de unas ventanas inservibles ante el aumento persistente de las temperaturas. Tras la última ola abrasadora de medias aproximadas a los 40 grados, se torna necesaria una vuelta a las frutas de secano mediterráneas por excelencia, la sandía y el melón. Troceadas y despojadas de su piel, esperando en un bol, al fondo del frigorífico, para ser degustadas con fruición durante las inclementes horas de la siesta.
Aún recuerdo la llegada de la licuadora a casa que en manos de mi madre elaboraba unos jugos de melón y sandía muy saludables. No sé dónde ni cómo ella pudo conseguir unos envases de plástico que rellenaba con este líquido resultante para meterlo luego en el congelador y competir con los helados Avidesa. Durante varios veranos estuvimos disfrutando de este tipo de helados caseros, hasta que, finalmente, se impuso la tiranía del Frigodedo con su industrial e impostado sabor nefasto a sandía.
Sandías y melones por los campos de Vallecas. Su venta anunciaba el inicio del verano. La tregua de los días sin la rutina de la escuela se arremolinaba alrededor del puesto del señor Gaspar, según me comenta, buceando en sus recuerdos, Pilar Arcediano. Puesto emplazado en la encrucijada donde terminaba la Avenida de San Diego, junto a los terrenos de la mítica Huerta del Hachero. Topónimo este recogido en la ‘Guía práctica de Vallecas de 1936’, por la que correteó en su infancia uno de los últimos mitos rayistas, Miguel Ángel Sánchez, “Michel”, actual entrenador del Gerona.
Existe una controversia en situar esta finca, en la que, según palabras de Pilar, existían bancales repletos de cebollas, lechugas y tomates, productos de primera necesidad que fortalecían el sustento de los vallecanos de las casitas bajas. Pilar fija la Huerta del Hachero en la parcela del actual Gredos San Diego, mientras que mi amigo Juan Argelina se inclina más por ubicarla donde hoy está la Asamblea de Madrid. Me aventuro más por esta teoría, debido a la sencilla razón de las sandeces que hoy tenemos que escuchar, día tras día, de las sandías y melones que maduran en las actuales bancadas de dicha Asamblea.
Sandeces que agotan nuestro crédito de ciudadanos pacíficos confiados y respetuosos con sus representantes políticos del gobierno madrileño. Derrotados y resignados ante el deterioro de la sanidad y la educación en Vallecas y ya no hablo siquiera de sanidad y educación pública, las principales perjudicadas, sino de sanidad y educación en general.
Masificación, escasa inversión, colas interminables de espera, citas alejadas en el tiempo, sin, prácticamente, ningún especialista, colocan a los pies del desfiladero un modelo centrado en el beneficio económico que deja sin respuesta y sin servicios a una amplia capa de la población.
Esclavos, en pleno siglo XXI
‘Esclavos del siglo XXI’, ruge el pontevedrés Evaristo Páramos en su emblemático tema compuesto para Gatillazo, como aquellos gallegos engañados por el hacendado Urbano Feijóo de Sotomayor a mediados del siglo XIX en Cuba. Épica historia narrada por Bibiana Candia en ‘Azucre’, publicada por la editorial Pepitas de Calabaza, disponible en todas las bibliotecas municipales de la Gran Vallecas. Sandías, melones y calabazas podridas que forman parte de una dieta del esclavo para paliar el calor de un hastío en este estío pertinaz. Políticas nefastas de secano para una Vallecas que suda su rabia e impotencia en sus ventanas y fachadas, alejada de los espacios abiertos comunitarios de antaño como los de la Huerta del Hachero.