Los ojos en la noche
cubiertos de rocío.
Las manos en la nuca
pendientes de tus iris.
Cautivo en la penumbra
la duda se acrecienta
y la espera se alarga.
La pérfida deslealtad
como ola impúdica
levanta fronteras.
Y es atroz el agravio
en el cuerpo cansado.
Y es mortal la desdicha
en el oscuro firmamento.
Pero el fino aliento no se resigna,
respira el humo de la escarcha.
Y aunque las fuerzas se agoten,
al recordar la dulzura de tus fauces
renace la esperanza.
Teresa Sánchez