Por Antonio Osuna
Permítanme, por favor, ponerme un poco poético en esta ocasión y está claro que la fotografía lo merece. Aquellos que tratamos de comprender la vida de una manera un poco más alejada del bullicio y del ruido eterno que nos rodea, siempre buscamos inspiración en las pequeñas cosas que pasan inadvertidas a los ojos acostumbrados a verlas. Volver a ver con los ojos del “niño” ese es el camino para escapar del ruido o, al menos, así siempre lo comprendí. Madrid es una ciudad llena de asfalto. Sí, tenemos muchos parques, eso es verdad, pero cuando das un repaso rápido a vista de ave el color que predomina es el gris.
No obstante, a veces ese gris se ve adornado por cosas como éstas, por alegrías de la vida que pasan inadvertidas para los ojos acostumbrados y, sin embargo, portan una maravilla como regalo a quien se para a contemplarlo.
Hace unos años me pasó algo así en la M30. Al borde de la carretera había un girasol. Y os prometo que mi cara al verlo no fue de sorpresa únicamente, sino de felicidad. ¿Cómo era posible que en esas condiciones tan poco favorecedoras hubiera encontrado la forma de crecer y ser? Con el paso de los días, fue marchitándose hasta desaparecer entre el gris, pero su recuerdo siempre quedará en mí. Ojalá hubiera sacado una fotografía.
En conclusión, todo esto tiene un mensaje. En todo ambiente prácticamente imposible, se puede florecer y se puede germinar. No importa el clima, no importan las condiciones y no importa lo mal que se dibuje el horizonte. Allí, al fondo del mismo, se podrá germinar.
Vallecas es el claro ejemplo de ello, un lugar donde, a veces, las condiciones se presentan duras, hostiles, donde la desigualdad siempre fue ligada a nuestro nombre, como si de un apellido maldito se tratara.
Pero no olvidemos jamás que nuestro barrio es cuna de nacimiento de muchas personas célebres, conocidas y no conocidas. Pues, sin duda, Vallecas es el verde que brota bajo en asfalto de Madrid.