Por Luis Carlos Ríos
La labor de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) en el Vallecas del fin de la dictadura cambió la vida de cientos de jóvenes. El compromiso con un mundo mejor y el acompañamiento pastoral son sus señas de identidad más de medio siglo después.
La JOC, iniciada por Joseph Cardijn en 1924, sabe que Jesús, de haber nacido en el siglo XX, estaría del lado de los obreros y campesinos. Así está plasmado en el libro ‘Historia de la JOC-España. El método ver-juzgar-actuar’ (Editorial Popular, 2021), cuyo subtítulo deja claro la necesidad de construir un mundo mejor en este plano terrenal, en el aquí y ahora.
Ese “aquí y ahora”, para muchos miembros de la JOC, fue el Vallecas de los años 70 y 80. Si bien la historia de la organización trasciende fronteras, es en el plano individual, local, donde se aprecia la huella que deja. Las voces de los protagonistas, aquí recogidas, configuran un prisma para entender una época, una forma poco ortodoxa de entender la religión y un barrio único.
- Venancio Palomo: “Éramos gente joven en un trabajo muy cotidiano, que parece que no tenía dimensión política, pero la tenía y mucha”
Hace ya 50 años, “Vallecas era un hervidero de tejido social y político. Había siglas de todo tipo, Juventudes Comunistas, Juventudes de la ORT, Juventudes del MC… Y allí también estaban las Juventudes Obreras Cristianas”, recuerda Venancio Palomo, periodista y precursor del periódico de la JOC, ‘Juventud Obrera’. En ese contexto, reconoce que “era una posición incómoda (…) Con todo el movimiento político más radicalizado que había, que se movía, que hacían pintadas que ponían pancartas, pues decir que eras cristiano en aquel momento era como decir bueno, dónde me he metido”.
Sin embargo, la iglesia vallecana suplía una necesidad personal, cotidiana, de la que adolecían todos los demás movimientos. “En aquel momento tendría 16 o 17 años (…) y me reunía con un grupo de preadolescentes, de 12 años, e iba todas las semanas a reunirme con mi grupo. Una tarde de sábado la pasaba con ellos discutiendo, hablando de sus problemas (…). La JOC en aquel momento montó una campaña que era por el tiempo libre de los jóvenes (…) Éramos gente joven en un trabajo muy cotidiano, menos políticamente vistoso, que organizábamos un partido de fútbol, reuniones con jóvenes, campamentos… Tareas de la vida cotidiana, que parece que no tiene dimensión política, pero la tenían y mucha”, añade Palomo.
Conciencia de barrio y de clase obrera
Otros, como Benjamín Gómez, vallecano de pura cepa, recuerda a Julio Pinillos y a Mariano Arroyo, quienes lo acercaron a los grupos de jóvenes. “Yo ahí descubrí que vivía en un barrio obrero, que pertenecía a una clase… A mi aquello me educó. Descubrí mi conciencia de clase. A partir de ahí, decidí participar dentro de la JOC, estuve 4 o 5 años más. Formé parte de ‘Aprendices’. Empezábamos a trabajar con los chavales del mundo del trabajo. Íbamos al polígono industrial a ayudar a la gente a leer una nómina, o a ver cómo estaba la huelga”, recuerda.
Benjamín nunca se consideró católico, pero estaba claro que sus raíces estaban ahí. No solo eso, sino también su futuro. “Yo siento que la JOC me salvó. Visto mi historial y el de gente de mi generación, pues a mí me salvó. Fui capaz de aspirar a la vida. A poder vivir de otra manera”, aclara.
- Benjamín Gómez: “Yo siento que la JOC me salvó. Fui capaz de aspirar a la vida. A poder vivir de otra manera”
También los hay como Paco Carazo, que no se inició en la JOC de Vallecas. Al barrio llegó en 1989, pero ya venía iniciado del Henares, del barrio de la Estación de Coslada. “Ahí es donde conozco la JOC, en la fábrica, en el primer curro que yo tuve (…) La parroquia era el único foco cultural, religioso, de encuentro comunitario que teníamos en el barrio. Estaba la parroquia, de lo más sencilla, fría en invierno y calurosa en verano. Muy humilde, pero ahí estaba (…) La JOC nace en Bélgica, en Bruselas, en un barrio periférico llamado Laeken donde hay una basílica y ahí está enterrado Joseph Cardijn, nuestro fundador”, dice.
El legado de Cardijn, que perdió a su padre en una mina, sigue impregnando la pastoral de muchos sacerdotes. Fernando Carracedo acabó en Vallecas por casualidad, pues su destino después del seminario era Tucumán, Argentina. Corría el año 1963. Desde entonces nunca se movió del barrio, solo de parroquia: de San Pablo, después dividida, a San Cosme y San Damián. Desde su etapa de formación, entre los tres mundos de acción eclesiástica por excelencia, los hospitales, los colegios y las fábricas, él elige este último. “Yo, por tradición familiar, porque procedo de una familia netamente obrera, elegí el mundo laboral (…) Si algo no consigue el seminario fue desclasarme”, explica.
Al llegar al barrio se encuentra con una senda trazada de jóvenes creyentes organizados. La tarea que asumió en ese contexto fue la de “acompañar el recorrido de estas personas, ayudarles a descubrir el sentido de la vida, de su propia vida, las actitudes y valores que tenían, la tarea que podían realizar, los niveles de compromiso que podían ir adquiriendo. Junto con ellos. No me sitúo como didacta al margen de su evolución, sino metido con ellos en la evolución, porque tengo que reconocer que la JOC a mí como persona me ha dado mucho: mi modo de entender la vida, mi modo de afrontar mi pastoral y mi presencia como cura en la gente (…) Las consecuencias están aquí. En personas que han asumido responsabilidad en crear un mundo mejor, un mundo más solidario”, expresa Carracedo.
Una nueva forma de entender la religión
Para algunas jóvenes, como María Jesús Langa, la JOC supuso una nueva forma de entender la religión. “Yo entré en contacto con la JOC a través de mi parroquia (…) Ahí estaba un cura que empezó a hacer las misas de jóvenes. Era una forma muy dinámica de entender la religión (…) Era otra forma de entender la parte religiosa: un encuentro con iguales y con un adulto. Lo que hacíamos era reflexionar sobre nuestra vida. (…) A mí me encantaban los grupos de revisión y vida obrera. Es un espacio que hoy como adulto diría que es terapéutico, de compartir tu vida. Esos espacios para mí han sido fundamentales. Han ido significando una formación muy humanista, muy comprometida y a la vez muy reflexiva”, comenta esta vecina.
Manuela Plaza coincide en la liberación que supuso un espacio como el de la JOC en Vallecas. “En el año 70, un grupo de chicas de Pedro Laborde, nos bajamos al barrio de Sandi y de pronto descubrimos que eso de ser joven y de ser creyente pues que era una cosa estupenda. Ahí había un grupo de curas muy interesante. Poderte reunir en grupos donde hay un adulto que te ayuda a reflexionar… ¿a cuántos jóvenes les vendría bien eso?”, añade.
- Manuela Plaza: “Los curas que tuvimos en Vallecas nos acompañaron. Nunca intentaron manipularnos ni manejarnos (…) Nos acompañaban a madurar”
Sobre el papel del movimiento en las juventudes creyentes vallecanas, afirma: “Le debemos a la JOC que, gente de nuestras características personales, pudiéramos formarnos a nivel político, social, sexual… Eso nos ha hecho ser una persona con el compromiso de devolver un poco lo que la sociedad me ha dado. Yo sigo siendo creyente y para mí no hay otra forma de ser cristiano. (…) Los curas que tuvimos en Vallecas nunca intentaron manipularnos ni manejarnos. Yo la experiencia que tengo es que nos acompañaban a madurar.”
Vallecas hoy en día
Vallecas hoy en día está urbanizada, unificada, disfruta de alcantarillado, tendido eléctrico y calles asfaltadas que se antojan normales. No siempre fue así. José María Romero recuerda muy bien cómo era: “Estamos hablando de un Vallecas donde no había alcantarillado, no había medios prácticamente, todo era barro alrededor de la colonia de Sandi (…) Hoy día está todo junto, pero antes era un barrio aquí, un barrio aquí, un barrio allá (…) Ya nos esforzábamos en coordinarnos con los otros barrios para hacer campañas conjuntas y hacer clubs juveniles”, rememora con nostalgia.
La capacidad asociativa de la JOC trasciende fronteras, no solo de un barrio a otro. La mejor muestra es Marinete Alves. Ella llegó a Vallecas en 1989, desde Brasil, su tierra natal. “Yo creo que empecé alrededor de los 16 o 17 años. En mi región no existía la JOC, sino que vino una militante a iniciarla (…) Tuvimos relación con algunos franceses, curas obreros, que eran mucho de hacer apostolado. Pero yo me inicié con una militante bastante más mayor que yo, que hacía la función de adulta y de abrir la extensión de la JOC ahí. Fui como su brazo derecho, porque fui la persona del lugar que ella descubrió como potencial Jocista”, argumenta.
La idea de una iglesia alineada con los intereses obreros incomoda aún hoy día. En el final de la dictadura, revestía un verdadero riesgo para los involucrados. Fernando Carracedo lo recuerda muy bien. “La derecha en el Alto del Arenal nos hizo la vida imposible de una manera muy fuerte, y a la que en determinados momentos tuvimos miedo. En la colonia de sindicatos sabíamos que había falangistas y algunos estaban armados (…) Se limitaron a poner pintadas, pero hubo momentos de miedo, como cuando mataron a Carrero Blanco o cuando murió Franco”, apunta.
La huella que dejan el barrio los curas obreros es palpable en los testimonios de sus feligreses. Vidas transformadas y salvadas gracias a una interpretación del Evangelio que lo alinea con los más desfavorecidos. Parece una labor premonitoria de lo que hoy el papa Francisco marca como pauta: “La Iglesia debe salir de sí misma, rumbo a las periferias existenciales. Una Iglesia auto-referencial amarra a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir. Es una Iglesia mundana que vive para sí misma”, concluye Carracedo.
Desde la periferia vallecana, durante más de 50 años, las Juventudes Obreras Cristianas, sus curas y fieles, sembraron esta forma de vivir la religión.