Por Juan Sin Credo
En una de las últimas tardes del mes de marzo, paseando entre la calle de la Salmedina y la avenida de Cerro Milano, descubrí un irracional acto de vandalismo, teñido de una violencia gratuita hacia el medio ambiente. No me cabe explicación alguna para justificar qué ha podido pasar por la cabeza de esa o esas personas capaces de haber tronchado ferozmente un par de decenas de castaños de indias que habían sido plantados no hace ni un año siquiera, mediante la demostración de una inusitada y estéril fuerza salvaje.
Solo se me ocurre pensar en ese artículo que redactó Azorín a finales de 1904, recopilado en su libro ‘Castilla’, donde se recoge ese odio secular al árbol en estas tierras ásperas de la meseta. ‘¿Cómo se podrá desarraigar de nuestro pueblo este odio centenario, inconsciente, feroz, contra el árbol […] que es el inri de España?’, describe el maestro la gravedad de la situación con una precisión meridiana en esos tres adjetivos. Un aborrecimiento que pudo haber sido la causa principal para esquilmar el ancestral carrascal de Vallecas, espacio boscoso de encinas que se nombra en el Fuero de Madrid, en el título LXXI, dado en 1202 por Alfonso VIII: ‘El carasal de balecas quomodo lo defesó el conzeio’ (El Carrascal de Vallecas, tal y como lo adehesó el Concejo).
En el extraordinario blog de la Asociación Cultural Grupo Investigadores Parque Lineal del Manzanares (GIPL) se recopila una información acerca de las prácticas constantes de arrendamiento del Carrascal y de sus apropiaciones de tierra. Un arredramiento que interesaba al propio Concejo, ya que la tala del bosque para su rotura y puesta en cultivo generaba tributos. La necesidad de ingresos obligaría al Concejo a arrendar más y más tierras del Carrascal. El resultado fue una explotación sistemática e insostenible del bosque que consumió por completo este recurso. Cabe la hipótesis de que estas cargas abundantes de madera se transportasen hasta Vallecas por el Camino de la Leña, probablemente la actual Avenida de las Suertes.
El mejor antídoto, la lectura
Como siempre, ante tanto desaliento, encuentro el mejor antídoto en la lectura. A principios de año retiré en la Biblioteca Gerardo Diego el ensayo ‘Los árboles te enseñarán a ver el bosque’ de Joaquín Araújo, con un impecable prólogo de Manuel Rivas, publicado por el grupo Planeta en mayo de 2020. No debería pasar mucho tiempo para que en las estanterías de las bibliotecas vallecanas descansaran los lomos del ‘Viaje visual y sonoro de los bosques de España’, de Carlos Hita. Un recorrido por algunos de los mejores espacios naturales de España que no se acaba en sus páginas, sino que, por medio de enlaces QR, continúa con la escucha de sus paisajes sonoros. Lecturas para evitar hacer leña del árbol caído. Lecturas para reforestar las mentes de esa estirpe de mentecatos que encuentran su diversión en el daño que provocan en su entorno y hacia sí mismos.
Aún recordamos los cientos de serbales plantados por Cerro Milano y no queda ni uno. Ésta especie es propia de ambientes húmedos, los Países Bajos, por ejemplo.