Por Pedro Lorenzo
El pueblo de Uz, un sitio donde nunca ocurre nada, se produce un hecho místico que condiciona, transforma y perturba la existencia de ese lugar pacífico, creyente y anodino. En base a la fe toman decisiones que les alejan de la realidad y les convierten en fanáticos donde el dogma, como en todas las religiones, se impone a la razón. Una sátira mezclada con humor muy negro que convierte a las personas en ogros, que acometerán el mayor de los desmanes por mandato divino.
Una suerte de acciones y casualidades absurdas y desternillantes nos va dando las claves sobre unas creencias atávicas y majaderas. Grace y Jack (Nuria Mencía y Pepe Viyuela) son muy felices hasta que ella pierde su trabajo en la iglesia y tiene una revelación. A través de una de sus hijas, autista, se nos muestra la manera de tratar al diferente.
Es esta una historia más que interesante creada por el prestigioso dramaturgo uruguayo, con muchos vericuetos que afectan a la religión, a la relaciones personales y sexuales, a las familias, a la vida en sociedad, y a cómo la mente puede perturbar, no solamente a la persona, sino a toda una comunidad, colocándola en una situación absurda e incomprensible.
Toda la obra está teñida de humor, negro la mayoría de las veces, surrealismo y situaciones que se suceden de manera trepidante. Y que, además divertir, van golpeando la conciencia y hacen pensar en todo lo que ocurre sobre el escenario: una familia “normal” en un pueblo “sencillo”.
Una gran puesta en escena con un reparto extraordinario encabezado por el matrimonio protagonista, José Luis Alcobendas (el cura del pueblo) y Javier Losán (el carnicero), con una escenografía, iluminación y sonido notables. Todo dirigido magistralmente por Natalia Menéndez. Recomendable.