Por Pedro Lorenzo
Esta tragicomedia corta de García Lorca, que escribe en 1929 y no se estrena hasta 1933 por estar prohibida por pornográfica durante la dictadura de Primo de Rivera, se estructura en cuatro cuadros y cuenta la trama de un hombre mayor que no conocía el amor, y de su sirvienta Marcolfa (Ana Belén Beas), quien acuerda un matrimonio de conveniencia entre él y la hija de su vecina, Belisa (Carmela Martins), una chica joven y guapa con la que se casa por imposición y sin estar enamorados. Ella se enamora de otro hombre que viste de rojo y le engaña en la noche de bodas “con cinco hombres de cinco razas”. Don Perlimplín pronto se enamora apasionadamente de Belisa y le avisa: “si no me amas a mí, llorarás de amor por él”.
Esta versión y dirección de Triana Lorite plasma un juego amoroso a tres bandas, en el que se mezclan y confrontan dos generaciones, el deseo, el amor, la pasión, el desamor y el desgarro. Está tratado en forma de guiñoles humanos, como si las marionetas cobrasen vida y se disputasen entre sí esos guiñoles candorosos, tiernos y a la vez diabólicos. Un viaje entre lo patético y lo sublime.
Fernando Cayo hace un papel extraordinario, incluso tocando una pianola y cantando. Muy correcta Carmela Martins en el papel de Belisa, como una niña joven y caprichosa, voluptuosa y algo desnortada “como el plumón ardiente de los cisnes, el que la busque con ardor la encontrará”.
Hay unos personajes que están ahí y son como los duendes que ocultan las pruebas de la infidelidad conyugal. Perlimplín está “herido de amor, herido”.
Una versión en que el oscuro jardín es el escenario central y las flores, nardos, tomillo, menta… están presentes y se pueden oler incluso. Hay convicción, perdón por amor y tragedia por amor también. Siendo una obra tan corta, engloba todos los elementos de una tragedia.
Un montaje recomendable en un lugar al fresco donde se puede tomar un refrigerio, acompañado de teatro, poesía y música.