Por José Luis García Heras
“En 1473 el caballero Alvar Garci Díez de Ribadeneyra, maestresala de Enrique IV, establece en Vallecas un convento donde su hija doña Mayor Díez, sus sobrinas y demás parentela femenina pudiera recogerse mientras él y sus hijos, Pedro y Francisco, partían a la guerra” (Ángela Muñoz Fernández).
En el siglo XVII se suscitó un pleito entre el concejo de Vallecas y un vecino sobre la propiedad de la ermita de la Piedad, “sita en la plaza de aquella villa. 1689-1700”: “La casa y sitio que solía ser iglesia del convento quando estuvo en este lugar de Vallecas, con lo que era cementerio de la iglesia, lo qual está en la plaça deste lugar, y en ello está fecho una capilla en cuyo altar hay una imagen de Ntra. Sra. de la Piedad, que dicha casa alinda con casas mesón de Gabriel Gil y con casas de herederos de Bartolomé Martín, y con la plaça pública”.
El pleito indica también la importancia que tuvo para el pueblo este lugar. En su casa aneja puso escuela el maestro Damián Luis para enseñar a leer a los muchachos de la villa.
Otro documento de 1728 ratifica que el convento de las Ballecas estaba en la plaza:
“Las monjas que hay en Madrid de las Ballecas […] estaban en Vallecas, en la Ermita que hay en la Plaza que llaman La Piedad y todas las casas de tienda, pastelería, botica y todas las demás casas alrededor era el convento, que da indicio que en aquel tiempo sería lugar grande”.
En 1552 las monjas se trasladaron al centro de Madrid, conservando su advocación de Ntra. Sra. de la Piedad, aunque en la memoria quedó su primitivo origen y el convento siempre fue conocido por los madrileños como ‘Las Vallecas’.
La antigua casa-convento se había quedado pequeña, pero también influyó en el traslado la creciente importancia política y económica de la villa de Madrid y el establecimiento en ella de la Corte (Eva Bernal).
Y, según Elena Aguado, “las religiosas quisieron trasladarse a una ciudad principal que les garantizaría ser curadas de sus enfermedades con menos coste, y tener los abastecimientos necesarios, tanto para su salud como para su sustento más rápido y económico”.
Antes de la desamortización
En este convento permanecen hasta 1836. Los decretos de exclaustración de Mendizábal las obligaría a abandonar la casa y se instalan en el cercano convento del Sacramento. En 1877 levantan un nuevo edificio en Isabel la Católica, donde permanecen hasta 1931 (parte de la comunidad se traslada al Monasterio de Santa Cruz de Casarrubios del Monte). Ese año el convento es incendiado durante la «quema de conventos» tras la instauración de la República.
“Era una comunidad de 20 religiosas, muy pobre, que se dedicaba a la enseñanza gratuita y vivía de limosnas. Fueron recogidas en la diputación provincial, donde se les proporcionó alimentos y protección hasta que el arzobispo decidiera su destino” (Elena Aguado).
Regresan al Sacramento, pero son expulsadas al comenzar la Guerra Civil, continuando en esta precaria situación, marchando de un lugar a otro hasta 1939.
Al acabar el conflicto se instalan en un albergue en la calle de López de Hoyos hasta que el 13 de noviembre de 1939 logran trasladarse a un edificio en la calle de Joaquín Costa en el que residen aún hoy día.