Por Pedro Lorenzo
En 1944 se publicó la biografía de Valle Inclán por Gómez de la Serna, obra en la que se basa este monólogo musical que el gran Pedro Casablanc pone en pie con una atinada versión y dirección de Xavier Albertí.
Los dos Ramones se encuentran: De la Serna narrador va desgranando, desde la admiración, la apasionante vida de Ramón María del Valle Inclán, su influencia en la renovación teatral y literaria del siglo XX (al igual que ocurrió con Ramón Gómez de la Serna). La pasión de Valle es transferida a su biógrafo y existe un ditirámbico diálogo que magistralmente recita Pedro Casablanc acompañado por el pianista Mario Molina con una selección musical clásica, (‘La Tempestad’, de Beethoven y algunas piezas de zarzuela), que nos acerca al Madrid del primer tercio de siglo. El protagonista incluso canta y baila. Es ésta una función lírica con un piano muy presente todo el tiempo y donde la iluminación también contribuye a su carácter historicista.
Una representación divertida, donde el ritmo nunca cae, con dos personajes retratados en una misma fotografía. “Con el recurso de presencia que el teatro tiene, nos echará a la cara luz de realidad”, reza, en palabras de Valle Inclán, Casablanc.
Sólo un grande de las tablas como él puede dar vida a dos personajes históricos con gran solvencia, contando pasajes de la historia del gallego universal, Valle, como aquel nefasto bastonazo de Manuel Bueno que lo dejó manco de por vida. Y con ese deambular del actor sobre el escenario, recreando a D. Latino de Hispalis, dando tumbos por las “noches madrileñas de bohemia”, de taberna en taberna.
Retrato sintético de una vida intensa, prolífica y a veces terrible. Humor, esperpento y diversión, creación y recreación en un acertado montaje de una parte imprescindible de la historia de España. Muy recomendable. Como dijo el brillante Don Ramón: “El arte no se acaba nunca porque sirve para pasar el invierno, ya que el arte es siempre primavera”.