Por Antonio Osuna
Sin duda alguna, nuestro barrio siempre fue un barrio humilde. Un barrio de trabajadores. Se sabe que Vallecas fue, es y será cuna de grandes mentes y personalidades, de grandes historias. Pero lo que más me fascinó siempre fue la manera tan amable que hay en este barrio de recibir y compartir. En pocos lugares veo las escenas que hemos visto este verano de gente en la calle, con sus sillas como si de un pueblo se tratara hablando hasta las tantas. O las terrazas abarrotadas, en las que apenas queda hueco y que una voz diga: “¿os importa que nos pongamos aquí?”. La gente en la fiesta del agua, que sin conocerse de nada se trataban y reían como si se hubieran criado en la misma calle. Tal vez eso pase en todos los lugares, puede ser, pero a mí verlo tan cerca, en mis raíces, me hace sentir orgulloso. Como cualquier hijo de vecino, supongo.
Todo esto me vino a la mente por la fotografía que hoy da color a este texto. Ese árbol ya adulto, con su tierra más que apropiada, pero, aun así, dejando espacio para el recién llegado. Y es así. Así siento que es el lugar donde vivo.
Con los años, cada vez me gusta más la vida que tengo aquí. Cada vez me apetece menos salir de estas calles, de estos rincones en los que voy coleccionando recuerdos a cada cambio de estación.
Y sinceramente, creo que jamás me había inspirado tanto con cosas tan simples. Y eso, lo dan estas calles. Ver un árbol con plantas a su alrededor y pensar: “hay espacio para todos”. Esas ideas, únicamente me crecen aquí, en Vallecas. En la tierra que me vio crecer y donde todavía siento que tengo espacio para todo.