Por Antonio Osuna
Cuando paseas por cualquier ciudad, te das cuenta de los cambios que esta sufre cada tiempo determinado, y no ya en lo que a población se refiere, sino a las tiendas y a los lugares que van desapareciendo y dando pie a nuevos negocios y a nuevas ideas. Me parece genial la innovación, ¿a quién no?. De no ser por ella, aún seguiríamos a caballo, pero… ¿no echáis de menos cosas que eran clásicas? Esta foto es la muestra de ello. Por aquí aún se pueden ver, y no es de extrañar que, dentro de poco tiempo, sino lo es ya, este tipo objetos sean piezas de museo. Es más, a la hora de decidir sobre qué escribir en esta ocasión la decisión fue sencilla, únicamente una mirada y dejar brotar los recuerdos. El mejor propulsor para el arte que pueda existir. Ya se sabe, para dar forma a algo la mejor manera es cerrar los ojos y dejar que el pasado se convierta en futuro. Es impresionante como una simple papelera dio para tanto.
Tal vez nos aferramos mucho al pasado, creyendo que esos gratos recuerdos son en parte lo mejor de lo vivido, pero ¿quién sabe?. Tenemos siempre la costumbre de enfocar lo bueno dejado atrás, pero, ¿y lo malo? De eso nos olvidamos deprisa.
En cuanto a lo palpable, tenemos el ejemplo visible de los parques infantiles. ¿Los recuerdan?. Aquellos parques donde jugar se convertía en “riesgo”, donde la diversión estaba asegurada hasta que la herida provocaba el llanto y hacía enmudecer a la risa. Pero esa era nuestra infancia. Toboganes de hierro y rodillas magulladas. Ahora, los parques infantiles son diferentes, más seguros, con suelos acolchados, y si, ¿por qué no decirlo?, con mejor aspecto y parecen más divertidos.
No obstante, sabemos que las modas son cíclicas, y ¿quién nos dice que, dentro de unos años, cuando la generación que creció con esos mullidos suelos no recurra a lo clásico?Puede que vuelvan los toboganes que ardían al sol, los suelos llenos de charcos y las piedras que se clavaban con mirarlas.
Este papel que sujetan en las manos (de ser ese el caso) sea el ejemplo de las palabras pronunciadas. El ejemplo de que los clásicos no mueren, o al menos no fácilmente, y la palabra impresa tiende a no ser una pieza de museo en los tiempos que corren.
Para finalizar, me gustaría hacer una propuesta o una petición, un ruego.
Salgan y disfruten aún de lo que queda entre nosotros, observen con sus ojos los restos de otra época que posiblemente desaparezcan de manera inevitable. Usen su propio mirar como yo en este espacio y así, denle un momento de atención a los clásicos que están entre nosotros. Antes de que acaben en el museo de los recuerdos, pero sabiendo que finalmente, nosotros también acabaremos compartiendo espacio en ese recuerdo con ellos.