Por Pedro Lorenzo
Una gran comedia de enredo de carácter mitológico de Calderón de la Barca con un texto a base de muchos versos y largos monólogos, muy conexionado y vistoso, trágico en el fondo y cómico en la forma, largo en pensamiento.
El oráculo de Marte hace un designio: necesita el sacrificio de Aquiles para que los griegos ganen la Guerra de Troya. Tetis, su madre, para impedirlo, le esconde en una cueva desde su nacimiento. Ulises, general obsesionado con la batalla, es el encargado de encontrarlo y, a punto de ser descubierto, su madre le oculta en el palacio del rey Egnido. Es Aquiles una especie de Segismundo de ‘La vida es sueño’, con paralelismo en su encierro, del que sale atraído por la música, no en vano comienza la obra con sus mismas palabras “¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!”. En este luminoso montaje, el monstruo sale de la oscuridad y el héroe es bajado de su pedestal humanizándolo.
Pascual Laborda representa un Aquiles poliédrico, seductor de Deidamia, (Anaia Hernández), ambos con unos diálogos exquisitos en los que además hay amor y sutileza en el disimulo ante los demás. El personaje de Libio (Xavi Caudevilla) es muy divertido, Lidoro, (Felipe Muñoz) con mucha chispa y el Rey (Iñigo Arricibia) y Ulises (Marc Servera) están sobrios y caricaturescos. Todo el elenco de esta Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, que ya nos fascinó con su anterior montaje de ‘La discreta enamorada’, está soberbio en sus respectivos papeles.
Una especie de rueda de la fortuna que gira entre la cueva y el exterior con una escenografía móvil y moderna que firma Mónica Borromeo confiere ritmo a la obra.
Además, un dinamismo impregna todo el elenco en una puesta en escena fiel al texto y transgresora en su ejecución en un libre albedrío contra el sentido del deber y el destino. El director Iñaki Rikarte, Premio Max 2023 a la mejor dirección de escena por ‘Supernormales’, ha sabido leer un clásico trasladándolo sin perder esencia a la época actual con algunos detalles de nuestra reciente historia. El vestuario de los años 50 del pasado siglo también contribuye a ello, así como la sorprendente música desde ‘Las cuatro estaciones’ hasta un grupo de mariachis perfectamente insertados en la función. Y una iluminación de Felipe Ramos muy presente y clara. Un montaje de una obra mitológica de los últimos años de Calderón distinto, plástico, coral y muy divertido. Recomendable.