Por Pedro Lorenzo
Majestuoso montaje que compila tipos diferentes de estilos y géneros teatrales y/o cinematográficos con el argumento. Según figura en el programa de mano: “Un falsificador de arte, André Fêikiêvich, empeñado en captar a la perfección la esencia de las obras que falsifica, se obsesiona y lleva a límites insospechados y provoca la ira del experto en arte, el peligroso Boris Kaczynski que intenta atraparlo y descubre que las pistas que sigue han sido falsificadas, y le resulta imposible distinguir entre realidad y falsedad”.
Estos creadores de espectáculos de éxito como ‘Mammon’ (Premio de la Crítica 2015) o ‘Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach’ (Premio Max a la mejor dirección 2021), por citar los más recientes, hacen un texto imaginativo con una puesta en escena brutal. Elementos que suben y bajan en una nave que es un almacén, una fábrica o lo que se te antoje, con profundidad, altura, escaleras o platós de espectáculos distintos.
Diferentes nacionalidades en el elenco, así como los ocho idiomas que se reproducen en la obra junto con los diferentes géneros, dan una densidad a la obra que no es fácil de captar. Tiene una primera parte coherente, aunque se extiende la trama, y una duración excesiva del total, con tres horas incluyendo el coloquio y el epílogo con guiño al cine de Tarantino.
La interpretación, el ritmo, la música iluminación y la escenografía, lo mejor de todo. En fin, una suerte de espagueti wéstern (lo más divertido) que consta de demasiados componentes. Con una hora menos sería quizá más inteligible.