Una mujer incansable

Cristina, en su casa. El cuadro también lo ha pintado esta mujer cuya creatividad no conoce límites.
Cristina, en su casa. El cuadro también lo ha pintado esta mujer cuya creatividad no conoce límites.

ROBERTO BLANCO TOMÁS.

En números anteriores nos hemos hecho eco del último libro de Cristina Santa Ana, 17 relatos desde la distancia. A objeto de conocer mejor a esta escritora, vecina, maestra jubilada y muchísimas cosas más, nos acercamos por su casa en el PAU de Vallecas a finales de abril para que nos contase una vida plena de experiencias interesantes y anécdotas sabrosísimas, narrada con gracia y precisión por una mujer de 85 años que mantiene su mente en constante funcionamiento, todo el rato ideando nuevos planes.

María Cristina Santa Ana Álvarez Ossorio nace en el barrio de Salamanca dentro de una familia bastante acomodada. Estudia la carrera de Filosofía y Letras y en la universidad conoce al que será su marido, José Luis de la Calle. Vallecas va a cruzarse pronto en sus vidas, como nos cuenta nuestra anfitriona: “En la misma universidad empezaban a ilusionarse José Luis y otros compañeros con las cooperativas, y ahí nos encontramos con el cura Llanos, que en ese momento se dedicaba a educar a la juventud universitaria y había inventado un sistema muy impresionante de cursos con los obreros, porque quería que el estudiante supiera lo dura que era la vida de éstos. Y cuando José Luis acaba la carrera, le propone venirse al barrio, El Pozo del Tío Raimundo”.

“Llanos, como tenía muchas influencias, logró que se hiciera un plan de casas baratas para los obreros, y en ese marco llega al barrio José Luis, en una constructora cooperativista, Coopozo”, continúa Cristina. “Y yo, una vez que estoy en El Pozo, me tiro diez o doce años allí como la mujer de José Luis y tengo ocho hijos. Entre embarazo y embarazo me salió un trabajo en el 1º de Mayo como profesora de gramática, pero me volví a quedar en estado y lo tuve que dejar. Pasa el tiempo, ponen un instituto en el barrio, el Arcipreste de Hita, y me presento al director: ‘vengo a matricular a mis hijos y a pedirte trabajo’. Accede a reclamarme para Historia… Pero pasa el verano, me doy cuenta de que estoy embarazada por octava vez y me dice el médico que ni se me ocurra trabajar, porque en el parto anterior traía dos niños y perdí uno”.

Empleos y libros

Pero Cristina no se rinde: “tuve a la niña, y ya cuando la aceptaron en la guardería me volví a presentar al instituto”. La oportunidad había pasado, pero el director tiene una idea: le propone encargarse de las clases de Educación Cívica, que se encuentra vacante. No es lo suyo, pero acepta: “Claro, yo cojo lo que sea… Y daba el programa, pero no con los libros que me habían proporcionado, sino con los periódicos. Estamos en 1970, y empezaba a haber publicaciones interesantes como Cuadernos para el diálogo. Daba las clases poniendo el corazón, y me interesó tanto y fue tan bonito que cuando me ofrecieron la oportunidad de dar Historia lo rechacé”. Cristina, una de sus hijas, interviene: “yo era alumna suya, y tengo que decir que lo mejor de las clases de mi madre es que nos hacían pensar”. “Fueron unos años muy interesantes —sigue la madre—… Imagínate qué época, cuando estaban saliendo todos los partidos políticos, se estaba preparando la Constitución… Y yo también aprendía muchísimo con mis alumnas y su entorno, más que en la universidad… En aquellos años no me compré una novela: todo eran libros de política”.

Pero la Transición va avanzando, y un buen día quitan la asignatura: “lo hicieron de una manera horrible, porque ya nos habían dado el horario y todo, y me enteré por una amiga cuyo marido trabajaba en Correos. Me llama y me dice que va a salir un telegrama avisando de que la quitan. Yo no me lo podía creer, pero era cierto. Entonces nos juntamos los profesores de Educación Cívica de toda España, hicimos huelgas, nos manifestamos… Y al final ganamos el pleito”.

Aquel pleito fue decisivo para comenzar a escribir. Cristina lleva un diario sobre este tema, “con todo lo que hago, la gente que veo, los sitios a los que voy… Entonces me dice el abogado que lo mande a los distintos grupos de las Cortes… Me contestaron todos diciendo más o menos lo mismo: que nos lo quieren arreglar, que tenemos razón… Y eso servirá luego para la defensa de nuestros derechos. Es un libro con 600 páginas, y mi amiga Esperanza me sugiere presentarlo al Premio Espejo de España. Entonces lo transformo un poco, contando también lo que ha ido pasando en España desde que tengo memoria, y lo presento con el título de Un parado más. Para mi asombro, viene un día Cristina y me dice: ‘¡Mamá, mamá, que estás entre los finalistas, que lo he oído por la radio! Me mandan una nota para que me presente en el Ritz, porque es cuando se vota al ganador. Me presento y me ponen en una mesa con todos los que después resultó que nos iban a eliminar al principio. Luego en otra mesa estaban los ‘buenos’… pero la gran sorpresa fue que a ninguno de los doce que aparecimos en el periódico nos dieron el premio: se lo dieron a Raymond Carr”.

Eso fue en 1979, pero mientras la vida sigue. Con la victoria en el pleito, a Cristina la recolocan en 1981 como bibliotecaria del instituto. También participa en la fundación de las primeras asociaciones de padres de alumnos en el barrio, pero no va a permanecer mucho tiempo en su nuevo puesto. Por un lado, en 1982 se hunde Coopozo, y por otro compra un piso en Argüelles, más cerca de la universidad, a la que empiezan a ir sus hijos. Encuentra un puesto de bibliotecaria en un instituto de su nuevo barrio y se abre un paréntesis en su relación con Vallecas.

No así en su obra literaria: “diez años después de lo del premio escribo otra vez el mismo libro. Éste ya lo hago más personal, contando a mi bisabuelo todo lo que le va pasando a la familia y al tiempo lo que va pasando en España: queda en 250 páginas… Lo vuelvo a presentar al mismo premio y de nuevo quedo entre los finalistas. Tiempo después volví a escribir otra vez la misma historia, más reducida, con el titulo de Urano afligido, y lo presenté a la editorial Tusquets. En éste me tuvo que ayudar mi amiga Merche, pues yo ya había perdido la vista. Al año ya empiezo a pensar que me voy a quedar sin publicar algo en lo que he trabajado toda mi vida, así me digo que tengo que hacer algo con ello, pero otra cosa, por si finalmente lo acaba publicando Tusquets. Entonces es cuando se me ocurre hacer un libro de relatos, sacándolos de la misma historia, cada capítulo con una motivación distinta. Es 17 relatos desde la distancia”.

Teatro y poesía

En el nuevo trabajo descubrió otra de sus grandes pasiones: se va un profesor que llevaba el grupo de teatro y ella se hace cargo. Y con éxito: “incluso nos dieron un premio con una obra de Woody Allen, Aspirina para dos”. Cuando se jubila, en 1998, se muda a una casa en Pacífico, recuperando su relación con Vallecas, primero con la asociación de mujeres Nosotras Mismas, en la que empieza impartiendo un curso de literatura que luego se transforma en grupo de teatro. “Pedimos que nos dejasen un espacio en el Centro Cultural Paco Rabal, y allí lo he hecho durante 18 años”. Y en el Paco Rabal conoce al grupo PoeKas, y se engancha, puesto que la poesía es un género que también practicaba ya desde hacía mucho tiempo. “Eso sí, soy incapaz de adaptarme a una rima o a una estructura: yo voy por libre. El primer poemario lo publiqué con material que había acumulado en cuadernos durante tres o cuatro años: Poemas de la media tarde. Luego he publicado Alumbrando un carburo, contando mi vida en poesías”, explica.

Pero su historia no acaba aquí, pues tiene un proyecto. Nos pone en antecedentes: “Verás, cuando se hunde Coopozo, José Luis funda otra empresa: Delace. La empresa tiene un local en propiedad, y ahora me encuentro con la posibilidad de quedarme con él. Recuerdo que gocé impartiendo aquel curso de escritura creativa, y lo quiero repetir para empezar. Había pensado montar también una biblioteca y una tetería, para que la gente pueda venir a hacer un taller y al mismo tiempo tomar un té con unas pastas, o una tertulia en la que puedan hablar en inglés, por ejemplo. Quiero llamar a este espacio La Mesa Camilla, y no tengo afán de lucro; lo que deseo es hacer algo por el barrio, que carece de centro cultural, y que es lo que he hecho toda mi vida”.

 


Imagen: RBT.

1 Comentario

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.